Descripción del proyecto

Anahí Durand Guevara**

Artículo publicado en Desinformémonos.

La semana pasada los peruanos fuimos a votar en un país devastado, con dos crisis arreciando fuertemente. La primera, una crisis política, vinculada al caso Odebrecht y a la estela de expresidentes involucrados en casos de corrupción e inestabilidad política que éste develó. La segunda, la verdadera tragedia que viene significando la situación sanitaria; la pandemia ha puesto en evidencia el abandono de lo público por parte del Estado y condenado a cientos de miles de personas a la muerte, sea por el virus o sea por el hambre y la pobreza.

Ante tal escenario, las elecciones se anunciaban muy complejas. El rechazo a la clase política y la desafección se expresó todo el verano en un alto porcentaje de indecisos y una baja aceptación por los 18 candidatos en disputa (dos domingos antes de las elecciones, un 35% de los electores aún no tenía definido por quién votar, y ningún candidato superaba el 15%).

La derecha peruana atravesaba una fuerte crisis, con Keiko Fujimori debilitada y nuevas expresiones, como Hernando de Soto o el religioso Rafael López Aliaga, sin despegar del todo. Por el lado de la izquierda destacaba Verónika Mendoza, candidata por la coalición Juntos por el Perú, quien se mantuvo entre los primeros lugares de los sondeos hasta poco antes de las elecciones. Pedro Castillo, candidato por Perú Libre, apenas aparecía en los sondeos.

El 11 de abril, sin embargo, el primer lugar lo ocupó el maestro Pedro Castillo, con un 19% de los votos, seguido por Keiko Fujimori, con el 13%, mientras Mendoza quedó rezagada al quinto lugar, con un 8%. ¿Cómo explicar estos resultados? Comparto algunas ideas y, en tanto fui parte del equipo de Juntos por el Perú, adelanto también elementos de balance, procurando vislumbrar escenarios de cara al balotaje del 6 de junio, donde se define el nuevo presidente (y con ello, esperemos, algún curso a la crisis de régimen político aun vigente).

El desafío de encarnar el cambio: Vero Mendoza y una campaña atípica

Juntos por el Perú participó de las elecciones decidido a convencer a las mayorías del país de que era la alternativa de cambio para salir de la crisis. Desde un inicio, levantó la bandera de una nueva Constitución y presentó un Plan de gobierno que detallaba políticas y programas para enfrentar la pandemia y reactivar la economía. Además, presentó un equipo de gobierno con reconocidos profesionales vinculados a las luchas sociales, que garantizarían la viabilidad de los cambios.

Verónika recorrió país con su propuesta de «cambio verdadero», explicó su Programa en la prensa, se reunió con líderes de organizaciones sociales, sumó a un conglomerado de activistas y ganó largamente los debates, demostrando ser la mejor candidata del momento. Pero nada de esto alcanzó, y la realidad obliga a ensayar balances que expliquen los malos resultados.

Ante todo, resalta una sistemática y permanente contracampaña corriendo por dos flancos y orientada a públicos diferenciados pero concurrentes. Desde la derecha y sus grandes medios de comunicación, como el Grupo El Comercio, la candidatura de Mendoza fue atacada sistemáticamente con acusaciones variadas, que fueron desde querer convertir al país en Venezuela hasta generar hiperinflación, sin olvidarse del ya clásico terruqueo [N. de la E.: criminalización de la protesta à la peruana: acusación de terrorismo y asociación con Sendero Luminoso]. El diario Perú 21 y Willax avanzaron más allá, presionando al Jurado Electoral para quitar a Mendoza de la carrera electoral con falacias sobre temas administrativos.

Si estas maniobras apuntaban a la clase media, para los sectores populares la contracampaña presentó a JP como el partido de la «ideología de género». Tanto por Whatsapp como por Facebook circularon imágenes, audios y otros fake que acusaban a Mendoza de barbaridades como alentar el aborto o promover la homosexualización de niños. Pese a que la campaña de Vero priorizó hablar a las mujeres con propuestas vinculadas a la economía popular, como «Pensión mujer» o el sistema de cuidados con guarderías y centros de adultos, no fue posible contrarrestar las mentiras diseminadas. Con muchos recursos de por medio y múltiples operadores –incluido el otro partido de izquierda– se instaló el relato de que un eventual gobierno de Mendoza solo traería crisis económica, caos y destrucción de la familia.

Entre los factores internos que impidieron el triunfo de Mendoza debe reconocerse, en primer lugar, la falta de un arraigo territorial que facilitara una base desde la cual crecer y sumar. Si bien en 2016 Verónika congregó mayoritariamente los votos del sur andino, no pudo consolidar un trabajo orgánico que permitiera sentar bases sólidas.

Las elecciones complementarias congresales de 2020, en ese sentido, fueron un aviso de que el sur se inclinaba por una agenda conservadora en lo social y radical en lo redistributivo, votando aquella vez por el partido de Antauro Humala. En enero, las encuestas mostraban que el sur apoyaba al centrista Yoni Lescano; pese a que se insistió en visitar regiones como Cusco o Puno, Mendoza y JP ya no eran opción.

Otro aspecto importante tiene que ver con las articulaciones sociales y sectores organizados que acompañaron a JP en esta campaña, tales como los gremios sindicales históricamente vinculados a partidos de izquierda que hoy están fuertemente desgastados y burocratizados, como el sindicato de maestros (SUTEP) o la Central de trabajadores (CGTP). Mientras Castillo articulaba con organizaciones emergentes en el mundo popular, como ronderos, regantes y sobre todo maestros no sindicalizados, Mendoza lidiaba con una estructura sindical desgastada y lenta para despertar entusiasmos y movilizar votantes.

A estos factores puede agregarse la precariedad económica y lo atípico de emprender una campaña en pandemia, con cuarentenas y protocolos que a JP se le exigía acatar. Puede mencionarse también el tono más estadista que fue asumiendo la candidatura de Mendoza, pues la presión mediática obligaba a dar explicaciones programáticas y dejar de lado el énfasis contestatario. Es falso, como dicen algunos, que Mendoza se haya «corrido al centro» o priorizado agendas liberales. Hasta el final mantuvo una posición a favor de cambios profundos, reclamando una nueva constitución, el cambio del modelo económico, un impuesto a las grandes fortunas, la nacionalización del gas o una segunda reforma agraria.

Sin duda existen más elementos y serán necesarios balances más exhaustivos. Pero lo expuesto aporta a entender por qué la mejor candidata, la que contaba con las propuestas más sustentadas, no pudo convencer a las mayorías. No consiguió encarnar la opción del cambio, además, porque otra candidatura emergió con algo que Vero ya no tenía: la ventaja de lo nuevo.

Virtud y fortuna: Pedro Castillo y la ventaja de lo nuevo

Dice Maquiavelo que un político logrará sus objetivos en tanto pueda desenvolver hábilmente su manera de obrar (virtud) en las condiciones históricas incluidas las contingencias (fortuna). En el devastado Perú de la pandemia y las crisis superpuestas, los resultados del profesor Castillo podrían explicarse en este registro, haciendo énfasis en aquello que tanto él como Perú Libre manejaron acertadamente para sus fines, así como también en los aspectos de la coyuntura que los favorecieron.

En primer término, debe reconocerse que ya en 2016, a partir del 4% obtenido por Gregorio Santos, se sabía que había un electorado a la izquierda de Verónika Mendoza. Era importante, entonces, configurar un bloque de fuerzas por el cambio capaz de pasar a segunda vuelta y ganar el gobierno. Conscientes de ello, Mendoza y Juntos por el Perú intentaron una alianza con Perú Libre en un proceso que, sin embargo, y principalmente por temas administrativos, no prosperó.

Bifurcados los caminos, para 2021 Perú Libre designó como candidato a Pedro Castillo, maestro conocido por liderar la huelga docente de 2017 y de quien básicamente se esperaba que salvara el registro de su partido. Ya en campaña, destacan en Perú Libre dos decisiones acertadas: primero, enfocarse territorialmente en el sur, donde tenían militancia activa y el apoyo de miles de maestros, y segundo desestimar convencer a las clases medias urbanas y obviar acceder a los grandes medios, priorizando hablar a los sectores populares vía radios locales y un intenso trabajo puerta a puerta.

Asimismo, articuló un mensaje sumamente pragmático con propuestas específicas para cada sector: a los transportistas les ofrecía eliminar todas las multas, a los agricultores, préstamos inmediatos, etc. Aunque ninguna de estas propuestas estaba sustentada, pero la indignación que transmitía era suficiente para captar la atención de los peruanos hartos del abuso.

Pero por otro lado juega la fortuna, y como también anota Maquiavelo, la fortuna favorece a los audaces. Aprovechando que la derecha y los poderes fácticos concentraban sus fuerzas en golpear a Mendoza, Castillo tuvo la audacia de moverse rápido en un terreno que conocía. Cabalgó, literalmente, por los territorios rurales, desobedeciendo los protocolos sanitarios; congregó multitudes, rezando al empezar los mítines y hablando sencillo contra las medidas del gobierno (uno de los objetivos principales: la odiada cuarentena, que afectó la economía popular).

Su campaña en redes (principalmente, Facebook y Whatsapp) difundió escuetamente sus propuestas y se dedicó, sobre todo, a atacar a Vero, esparciendo gráficos y mensajes que la presentaban como la candidata de la «izquierda light», casi únicamente centrada en la «ideología de género». Así, mientras la derecha lo subestimaba, Castillo acumulaba silenciosamente. Primero desplazó a Yoni Lescano en el sur; luego, a Mendoza en los sectores populares y, finalmente, sumó indecisos.

La última semana la derecha detectó el crecimiento de Castillo y comenzó a atacarlo, pero ya era tarde. De modo similar a lo ocurrido en enero de 2020, cuando en los últimos diez días de campaña la gente definió su voto a favor del FREPAP, el 11 de abril hubo una corrida que favoreció a Castillo. Antes que un voto ideológico o programático, que opta por la «verdadera izquierda», se trata básicamente un voto reactivo que rechaza la clase política y desprecia al establishment. Un voto que, sin mucha información, opta por el más nuevo, el «menos contaminado».

Finalmente, con una actuación y un discurso más deslucido que Goyo Santos, pero con similar determinación, Pedro Castillo pasó a segunda vuelta. Con el soporte y los recursos del partido Perú Libre, Castillo hizo bien lo que sabía hacer: habló en medios locales con tono contestario y desafiante, llenó plazas y consiguió ser disruptivo. Preservó su base territorial y social sin arriesgar en Lima o en las ciudades de la costa, y menos preocuparse por conquistar la esquiva clase media. Aprovechó, además, la fortuna de encarnar la novedad y estar menos asociado a la clase política.

La pregunta que surge ahora es si esto le alcanzará para ganar la presidencia de la República.

Lo que viene: preocupaciones y desafíos

Los resultados electorales en Perú revelan que la crisis política sigue abierta. Las dos fuerzas en segunda vuelta apenas representan el 35% del electorado, y a nivel parlamentario la dispersión se impone en diez pequeñas bancadas, un número que dificultará la labor de concertación del nuevo gobierno. El desenlace de la crisis del ciclo neoliberal impuesto en el 92 se trasladará a la segunda vuelta, donde podría abrirse un período de cambios liderado por Castillo o, por el contrario, adquirir nuevos bríos con Keiko Fujimori a la cabeza.

Moviéndose rápido en este contexto, Keiko ha convocado a un agrupamiento en torno a tres ejes estratégicos: defender la Constitución de 1993, preservar el modelo económico y resguardar la familia. Espantados ante el posible triunfo de Castillo, a quien ya los grandes medios presentan como la «amenaza comunista», la derecha y los sectores liberales han endosado su apoyo a Fujimori, incluyendo líderes de opinión otrora acérrimos antifujimoristas, como el premio nobel Mario Vargas Llosa.

Para los sectores progresistas el escenario es complejo. Hay un voto crítico al modelo (aproximadamente un 20%) que sistemáticamente elige propuestas de cambio. En 2006 y en 2011 votó por Humala, en 2016 por Vero y este 2021 por Castillo. Es un voto consistente pero difícil de organizar, ya que suele ir en búsqueda de «lo nuevo»: no necesariamente del outsider, pero sí de quien esté menos asociado a la clase política.

Para ganar, Castillo tiene el desafío de duplicar ese voto crítico convenciendo a la clase media y los sectores urbanos de Lima y la costa, donde sus resultados fueron bajos. Por lo pronto, ha anunciado una reunión con Mendoza, quien a su vez ha mostrado su disposición a conversar sobre ejes programáticos claves, tales como la convocatoria a una Asamblea Constituyente, el cambio del modelo económico, los derechos de las mujeres y una estrategia sensata para enfrentar la pandemia.

Está todavía por verse qué otras alianzas tejerán Castillo (un personaje pragmático, excandidato por Perú Posible, de Alejandro Toledo, y a la vez cercano al ala más ultraizquierdista del magisterio), que también anunció conversará con De Soto pese al desacuerdo de Vladimir Cerrón, presidente de Perú Libre, quien tiene un perfil ideológico izquierdista más claro.

En un país devastado, con la crisis de régimen abierta y la pandemia golpeando duramente a una sociedad replegada a la familia, las elecciones del 6 de junio tendrán un carácter plebiscitario: a favor de la continuidad o a favor del cambio. Pero ya no se trata del «Vamos a cambiarlo todo» que en algún momento propusimos como JP. El cambio que hoy esperan las mayorías populares esperan es uno que asegure valores conservadores, respete la familia tradicional y garantice cierto orden para preservar la vida. No sabemos aún si Pedro Castillo podrá mantenerse como el representante de ese cambio y, de manera simultánea, convencer a otro sector no menor que espera una mayor apertura progresista. Tampoco sabemos cómo manejará la contracampaña, que ya arrancó azuzando los temores de la gente con temas como la hiperinflación, el terrorismo o el desempleo.

Pero hay algo de lo que estamos convencidos: hay demasiado en juego como para que las fuerzas de izquierda se coloquen de perfil. Un resultado que dé nuevos aires al ciclo neoliberal en su peor versión –la encarnada por Fujimori– significaría el realineamiento de la derecha y una derrota estratégica para el movimiento popular. Las articulaciones deben darse sin dejar de disputar el sentido y amplitud de los cambios, afirmando un horizonte constituyente, con el pueblo movilizado, con humildad y altura de miras suficiente para hacer historia. Pues como bien señalaba Mariátegui, «la historia es duración» y de eso se trata: permanecer, luchar, caerse, levantarse y, esperemos, vencer.

[*] Esta pieza fue originalmente publicada en Jacobin América Latina el 19 de abril de 2021. Agradecemos a la revista hermana y a la autora la autorización para replicarla en este espacio.

[**] Socióloga de la Universidad de San Marcos