Descripción del proyecto

Verónica Gago, extracto de ‘La Potencia Feminista’, publicado en Traficantes de Sueños.

Movimientos cercanos al Vaticano quieren construir un falso antagonismo: feminismo versus hambre. Para ello, infantilizan el feminismo como política trivial, de clase media, frente a la urgencia popular del hambre

Estamos hablando de que hay una disputa por la definición de neoliberalismo y, en particular, de qué sería un antineoliberalismo. Y aún más: qué prácticas implica lo popular en su capacidad estratégica de construir antineoliberalismo. Ahí está el corazón del debate. La ideología de género [de la Iglesia católica] propone que hay que combatir al neoliberalismo a través de un retorno a la familia, al trabajo disciplinado como único proveedor de dignidad, y a la maternidad obligatoria como reaseguro del lugar de la mujer.

El neoliberalismo, así, queda definido como una política y un modo de subjetivación de la pura disgregación del orden familiar y laboral, es decir, patriarcal. Que ese orden sea patriarcal por supuesto no queda problematizado. Llegamos a una suerte de contradicción lógica: ¿puede el antineoliberalismo sustentarse en un orden patriarcal, cuya estructura biologicista y colonial es indisimulable? Esto es justamente lo que han dejado claro los feminismos en su radicalización masiva: no hay capitalismo neoliberal sin orden patriarcal y colonial.

Parece paradójico que la institución que debe sus cimientos en nuestro continente a la colonización más cruenta enarbole un discurso “anticolonial”.

El argumento que intenta instalar la doctrina de Francisco es que la “ideología de género” es “colonial” y “liberal”. Parece paradójico que la institución que debe sus cimientos en nuestro continente a la colonización más cruenta enarbole un discurso “anticolonial”. Parece paradójico que en un momento donde la jerarquía de la Iglesia católica se ve impugnada por las denuncias de abuso sexual a menores por parte de sus integrantes, surja por arriba la bandera de un antineoliberalismo de corte miserabilista y patriarcal para señalar al feminismo como enemigo interno. Parece paradójico que en un momento donde el “inconsciente-colonial”, como lo llama Suely Rolnik, o las “prácticas descolonizadoras” de las que habla Silvia Rivera Cusicanqui tienen en los feminismos un enorme espacio de problematización y resonancia, sea la Iglesia apostólica católica romana la que quiere presentarse como anticolonial.

Veamos cómo se articula la contraofensiva eclesial con la contraofensiva económica. El ajuste económico de los últimos años, que se traduce en inflación y aumento de tarifas básicas, en despidos y en recortes de servicios públicos, tiene especial impacto sobre las mujeres y, de modo más general, sobre las economías feminizadas.

Varias mujeres de organizaciones sociales ya cuentan que no cenan como modo de autoajuste frente a la comida escasa y para lograr repartirla mejor entre los hijos. Técnicamente se llama “inseguridad alimentaria”. Políticamente, evidencia cómo las mujeres ponen de manera diferencial el cuerpo, también así, ante la crisis. Esto se ve reforzado por la bancarización de los alimentos a través de las tarjetas “alimentarias” (parte de la bancarización compulsiva de las ayudas sociales de la última década) que se canjean sólo en ciertos comercios y que están “atadas” a la especulación de algunos supermercados a la hora de bajar precios. El fantasma del “saqueo” a los comercios de alimentos se agita con una amenaza de represión, incentivando la persecución de las protestas en nombre de la “seguridad”.

Encierro, deuda y biología

Con la contraofensiva económica vemos un rasgo fundamental del neoliberalismo actual: la profundización de la crisis de reproducción social es sostenida por un incremento del trabajo feminizado que reemplaza las infraestructuras públicas y queda implicado en dinámicas de superexplotación. La privatización de servicios públicos o la restricción de su alcance se traduce en que esas tareas (salud, cuidado, alimentación, etc.) deben ser suplidas por las mujeres y los cuerpos feminizados como tarea no remunerada y obligatoria.

Varias autoras han destacado el aprovechamiento moralizador que hace enjambre con esta misma crisis reproductiva. Acá surge una clave fundamental: las bases de convergencia entre neoliberalismo y conservadurismo.

Como sostiene Melinda Cooper, necesitamos situar a partir de cuándo el neoliberalismo, para justificar sus políticas de ajuste, revive la tradición de la responsabilidad familiar privada y lo hace en el idioma de… ¡la “deuda doméstica”! Endeudar a los hogares es parte del llamado neoliberal a la responsabilización, pero al mismo tiempo condensa el propósito conservador de plegar sobre los confines del hogar cis-heteropatriarcal la reproducción social.

Endeudar a los hogares es parte del llamado neoliberal a la responsabilización, pero al mismo tiempo condensa el propósito conservador de plegar sobre los confines del hogar cisheteropatriarcal la reproducción social.

Encierro, deuda y biología es la fórmula de la alianza neoliberal-conservadora. La reinvención estratégica de la responsabilidad familiar frente al despojo de infraestructura pública permite esta convergencia muy profunda entre neoliberales y conservadores.

Esto lo vemos claramente en cómo la contraofensiva económica es también contraofensiva moralizadora y saca su fuerza del empobrecimiento acelerado, que tiene como espacio de expansión la financiarización de las economías familiares que hace que los sectores más pobres (y ahora ya no sólo esos sectores) deban endeudarse para pagar alimentos y medicamentos y para  financiar en cuotas con intereses descomunales el pago de servicios básicos. Si la subsistencia cotidiana por sí misma genera deuda, lo que vemos es una forma intensiva y extensiva de explotación que, como analizamos en el capítulo cuatro, encuentra su laboratorio en las economías populares feminizadas.

Pero la torsión conservadora es un aspecto fundamental que intenta reforzar, por un lado, la obligación de contraprestación de la ayuda social con exigencias familiaristas como lógica de cuidado y responsabilidad; y por otro, hace que las iglesias sean hoy canales privilegiados para la redistribución de recursos. Vemos consolidarse así una estructura de obediencia sobre el día a día y sobre el tiempo por venir que obliga a asumir de manera individual y privada los costes del ajuste y a recibir condicionamientos morales a cambio de los recursos escasos.

Caracterizamos así a la contraofensiva económica como terror financiero porque se despliega como “contrarrevolución” cotidiana en dos sentidos: porque nos quiere hacer desear la estabilidad a cualquier costo y porque opera sobre el tejido del día a día, el mismo que los feminismos ponen en cuestión porque es allí donde se estructura micropolíticamente toda forma de obediencia.

No es casual entonces que militancias políticas cercanas al Vaticano quieran construir un falso antagonismo: feminismo vs. hambre. De nuevo la operación es la de infantilizar el feminismo como política trivial, de clase media, frente a la urgencia popular del hambre. Pero no hay oposición entre la urgencia del hambre a la que nos somete la crisis y la política feminista. Es el movimiento feminista en toda su diversidad el que ha politizado de manera nueva y radical la crisis de la reproducción social como crisis a la vez civilizatoria y de la estructura patriarcal de la sociedad. A eso se contrapone una asistencia social focalizada (forma predilecta de la intervención estatal neoliberal) que busca reforzar una jerarquía de acceso a recursos en relación con las obligaciones de las mujeres según sus roles en la familia patriarcal: tener hijos, cuidarlos, escolarizarlos, vacunarlos.

Lo que la contraofensiva religiosa no soporta es que enfrentando el hambre se desafíe también el mandato patriarcal de la reproducción de la norma familiar, del confinamiento doméstico y de la obligación a parir. Lo que la contraofensiva religiosa busca en la contraofensiva económica es una oportunidad para reponer una imagen de lo popular como conservador y de lo conservador como genuino porque, de nuevo, trae una idea de lo “antineoliberal” que no hace más que ocultar la alianza entre neoliberalismo y conservadurismo que vemos hoy en el giro neofascista regional y global.

No hay oposición entre la urgencia del hambre a la que nos somete la crisis y la política feminista.

El movimiento feminista crece dentro de organizaciones diversas y por ello está presente en las luchas más desafiantes del presente ya que desde ahí realiza los diagnósticos no fascistas de la crisis de reproducción social. El hambre no es una definición biologicista. Las jefas del hogar sacan las ollas a la calle y le ponen el cuerpo a la denuncia del ajuste, la inflación y la deuda. Las pibas en situación de calle discuten qué son las violencias de las economías ilegales. Las presas denuncian la máquina carcelaria como lugar privilegiado de humillación. Pero es necesario desconocer estos potentes lugares de enunciación para poder sostener el falso antagonismo hambre vs. feminismo.

Pero demos una vuelta más al vínculo actual entre neoliberalismo y conservadurismo. ¿Por qué se amalgaman en economías de la obediencia impulsadas desde la moral religiosa y desde la moral financiera? ¿Por qué encuentra en las economías ilegales (como ya desarrollé en el cuarto capítulo) un lujo paralelo y a la vez explotable de armas y dinero?

Podemos ir a una pregunta anterior que hemos desarrollado para hacer una lectura feminista de la deuda y citábamos al comienzo: ¿qué pasa cuando la moralidad de lxs trabajadores no se produce en la fábrica y a través de sus hábitos de disciplina adheridos a un trabajo mecánico repetitivo? ¿Qué tipo de dispositivo de moralización es la deuda en reemplazo de esa disciplina fabril? ¿Cómo opera la moralización sobre una fuerza de trabajo flexible, precarizada y, desde cierto punto de vista, indisciplinada? ¿Qué tiene que ver la deuda como economía de obediencia con la crisis de la familia heteropatriarcal? ¿Qué tipo de educación moral es necesaria para los jóvenes endeudados y precarizados?

No nos parece casual que se quiera impulsar una educación financiera en las escuelas al mismo tiempo que se rechaza la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI), lo cual se traduce en recortes presupuestarios, en su tercerización en ONGs religiosas y en su restricción a una normativa preventiva. La ESI es limitada y redireccionada para coartar su capacidad de abrir imaginarios y legitimar prácticas de otros vínculos y de- seos, más allá de la familia heteronormativa. Combatirla en nombre del #ConMisHijosNoTeMetas es una “cruzada” por la remoralización de los jóvenes, mientras se la quiere complementar con una educación  financiera temprana.

La respuesta eclesiástica a la contraofensiva económica es reposición familiarista de la reproducción, apuntalamiento de la obediencia a cambio de recursos, despolitización de las redes feministas de enfrentar el hambre y la desestructuración de las familias como norma, e intento de remoralizar el deseo. La respuesta económica a la contraofensiva religiosa es unificar la moralidad deudora con la moralidad familiarista.