Descripción del proyecto

por Constanza Cisneros

Los preparativos

La decisión de asistir al Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias se remonta a un grupo de trabajo creado en 2021 a raíz del Covid19 con colectivos de trabajadoras de hogar de Argentina, Chile, Paraguay, Honduras, España y Berlín. Eran encuentros mensuales coordinados por Juliana Díaz Lozano, porque formamos parte del Programa de Feminismos Internacionalistas de la Fundación Rosa Luxemburgo (sede Argentina), donde intercambiábamos experiencias y planteábamos algunas acciones conjuntas. Elaboramos carteles y manifiestos de cara a algunas fechas internacionales señaladas: el 8M, el 25N, el 30M

En este espacio de confabulación entre trabajadoras de hogar, nos hablaron del gran encuentro feminista que se viene organizando desde hace décadas en Argentina. Lo que había empezado siendo el Encuentro Nacional de Mujeres, se había transformado en 2019 en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias, en un proceso cada vez más masivo, siempre abierto y en construcción. Nos enteramos también de que la 36º edición iba a tener lugar en Bariloche. La tradición dicta que, al final de cada encuentro, se decide el emplazamiento del siguiente, atendiendo a la coyuntura histórica y social. En octubre de 2022, se había producido el violento desalojo de la recuperación territorial Lof Lafken Winkul Mapu, en Villa Mascardi, y la detención de siete mujeres mapuches, junto con sus guaguas. La comisión organizadora lo tuvo claro: el encuentro de 2023 debía celebrarse en esa misma región en disputa.

La Fundación Rosa Luxemburgo nos ofreció sufragar el viaje para asistir a este Encuentro Plurinacional. Nos propuso, además, dedicar los días previos a un encuentro específico de trabajadoras de hogar en el mismo Bariloche. Querían apoyar las alianzas internacionales entre trabajadoras de hogar y fomentar el cruce de esta lucha con los feminismos. El feminismo forma parte de nuestro acervo organizativo en España, también de las compañeras chilenas, que están insertas en la Coordinadora feminista 8M, pero no era el caso de compañeras de otros territorios, para las que feminismo todavía era una palabra cargada de connotaciones negativas.

En cualquier caso, no tardamos en aceptar con entusiasmo la propuesta. Después de tanto tiempo trabajando juntas a través de la pantalla, estábamos deseando conocernos, compartir cuerpo a cuerpo nuestra lucha y aprender unas de otras. Dentro de la asamblea política de Territorio Doméstico se decidió quiénes serían las emisarias y nos pusimos manos a la obra.

En una serie de reuniones preparatorias, pusimos en común las realidades de cada cual. También las expectativas y propuestas para el futuro encuentro. Recopilamos datos a nivel mundial de la situación del empleo de hogar, las formas de violencia a las que nos vemos expuestas, los convenios internacionales, etc. Aterrizamos estos datos para visualizar la situación en cada país. Pusimos sobre la mesa los motivos de nuestra lucha, nuestras demandas, nuestra relación con el movimiento feminista, el internacionalismo de nuestra lucha. Identificamos algunos puntos clave que unifican claramente las luchas de los distintos territorios: el reconocimiento social y económico del trabajo de hogar y cuidados, el derecho a vivir en un mundo libre de violencias y acoso, el acceso a la salud, la educación, la seguridad social, la vivienda y unas jubilaciones dignas, la lucha contra todas las formas de discriminación, en particular el racismo, la necesidad de una reorganización social de los cuidados… Las compañeras de América Latina pusieron sobre la mesa la corrupción que existe en la gestión de las cotizaciones sociales, que merma su derecho a la jubilación y a la baja por enfermedad. Nosotras y las compañeras de Alemania explicamos las situaciones de desprotección extrema a las que nos someten las políticas de extranjería. Juliana, la coordinadora del proyecto, reunió toda esta información en un gran desplegable, que hacía las veces de cartel y de díptico.

Los días previos al viaje estuvieron llenos de prisas, emoción y nervios. Tocaba doblar turnos en el trabajo para poder disponer de días libres para la gran aventura. Recuerdo que las compañeras del 8M, las amigas, la familia, se emocionaba por mí y me daba sus mejores deseos. Una compañera me dijo: “yo voy a estar porque tú estás. Contigo viaja un poco de mí”. Y así lo siento: viajamos con un poquito de cada compañera bajo el brazo. Recuerdo también las carreras, callejeando en busca de ropa de abrigo. Nos habían dicho que Bariloche era una zona de frío y nieve. Finalmente, las previsiones no se cumplieron y más bien brilló el sol, como si quisiera decirnos que quería acoger la energía feminista y alimentarla con sus mejores rayos.

Lo primero que nos recibió al aterrizar en Buenos Aires fue la gigantesca estatua de Cristóbal Colón, que se eleva sobre el Río de la Plata. Tita pidió que la fotografiase desafiándolo, blandiendo nuestro libro y como diciendo: “aunque tú te veas grande y nosotras chiquitas, ya te estamos derribando”. Así de eufóricas nos sentíamos. Nos reíamos como locas por todo, cada detalle era un motivo de fiesta.

Un vuelo nacional nos llevó de Buenos Aires a Bariloche. Un compañero nos recogió y nos llevó al Hostal donde nos acogeríamos todos los días del encuentro, junto al resto de compañeras trabajadoras de hogar. Por la ventana de nuestra habitación asomaban las gigantescas montañas de color oscuro, con una nieve impoluta coronándolas. Los lagos también parecían de nieve, o de sal, de tan blancos que se veían. La impresión del paisaje enseguida se mezcló con los saludos y los abrazos. Llevábamos muchas reuniones de zoom a las espaldas, así que, a medida que nos presentábamos, teníamos la sensación de conocernos de toda la vida.

El Encuentro de las trabajadoras de hogar y cuidados

Durante dos días completos, 25 trabajadoras de hogar de organizaciones de seis países diferentes estuvimos congregadas compartiendo vivencias y saberes, instrumentos y metodologías. Las formas organizativas de las que veníamos cada una eran muy distinta. Algunas de las compañeras de Argentina están organizadas en ramas específicas dentro de sindicatos más grandes, lo cual es a un tiempo una fortaleza y una debilidad. Fortaleza porque cuentan con una estructura muy sólida que las respalda; debilidad porque, como “trabajadoras de casas particulares” (así las llaman), no tienen autonomía plena. En Argentina existen también sindicatos de trabajadoras de hogar autónomos, que también participaban del encuentro: SINDECAF (Sindicato de Empleadas de Casas de Familia de San Juan), APECAF (Asociación Personal de Casas de Familia de Córdoba), SECFER (Sindicato de Empleadas en Casas de Familia de Entre Ríos), ASTCP (Asociación sindical de trabajadoras de casas particulares de San Luis).

Las compañeras de Paraguay no eran trabajadoras de hogar, sino que forman parte de un colectivo amplio que incluye a artistas, comunidades de base y colectivos sociales, Casa Fem. Gestiona un espacio que acoge también a trabajadoras del hogar. En Honduras, las trabajadoras de hogar tienen una Red que no está afiliada a ningún sindicato, pero que cuenta con una trayectoria larga de lucha social más amplia. En Chile, las trabajadoras están organizadas en el Sindicato Nacional Unitario Interempresa de Trabajadoras de casa Particular (SINDUCAP) y en el Comité de Trabajadoras y Sindicalistas 8M Chile, ambos integrantes de la Coordinadora Feminista 8M.

La parte formal del encuentro arrancó con un rito. Compañeras mapuches nos guiaron en un ritual de agradecimiento y de conexión con la tierra, con las montañas, con los lagos que nos acogían. Encendieron un fuego y con un tamborcito y unas conchas fueron entonando algunos sonidos. Se paraban delante de cada una de nosotras, sintiendo nuestra energía, percibiendo en qué zonas del cuerpo necesitamos más ayuda, tocando su tambor cerca de las piernas o de la espalda y cantando. Fue una ceremonia muy sencilla, que nos abrió a todo lo que venía: a todo lo que nos esperaba y a todo lo que habíamos venido a buscar. Por momentos, sentí que el tiempo se suspendía y que éramos una. Para terminar, las compañeras nos contaron todo lo que estaba atravesando el pueblo mapuche, convocaron nuestra andinidad, nos animaron a mantenernos conectadas con la tierra y unas con otras. Los ritos, pensé, son la llave de esa conexión.

Todos los talleres partían de las experiencias situadas de cada organización. Cada una se presentaba con sus consignas y colocaba en el suelo los materiales que usaba para las manifestaciones y marchas. Las compañeras ponían sus banderas, sus símbolos, los sellos de sus organizaciones. Nosotras llevábamos puestos nuestros delantales habituales. Al principio a las compañeras esto les extrañó, asociaban el delantal al lugar subordinado que nos da la sociedad, pero en cuanto entendieron que lo habíamos convertido en un símbolo de lucha, todas querían ponerse también uno. En el suelo colocamos un delantal grande que habíamos hecho para la manifestación del 1 de mayo Interseccional en Madrid. Está hecho de los restos de tela de los delantales que hizo nuestra compañera Amalia y en el centro aparece escrito en letras rojas: “cuerpos rotos”. Esas dos palabras juntas dicen mucho de lo que supone ser trabajadora de hogar.

Cada vez que interveníamos, siempre empezábamos compartiendo la realidad social y política de cada país, para situar nuestras luchas: no es igual para quien había pasado por gobiernos de derechas, donde las luchas han enfrentado mucha represión y han logrado menos, que otras que hemos tenido años de gobiernos más permeables a nuestras demandas. Hablamos mucho del narcotráfico, presente en todos los países, en Honduras, en Perú, en Paraguay, en Ecuador, en Chile, una violencia que forma parte y determina la cotidianidad.

En el primer taller, dinamizado por Juliana, de la Rosa Luxemburgo, compartimos nuestras estrategias organizativas, desde los sindicatos o desde otro tipo de articulación. Las compañeras sindicalistas eran muy bravas y defendían su forma de hacer desde el sindicalismo tradicional, con un trabajo de contactos con los diputados, relación con las altas esferas, estructuras muy jerárquicas… Ellas manejaban muy bien los datos, los nombres de las personas en posiciones clave, los acuerdos relevantes que afectaban a nuestro sector. En el otro extremo estábamos nosotras y las compañeras chilenas, que tenemos estructuras organizativas horizontales y en red, muy basadas en el apoyo mutuo, con mucho recurso al arte y a la acción callejera como herramientas para visibilizar nuestras reivindicaciones, pero también para sanarnos entre nosotras, con una reflexión sobre los cuidados y las migraciones muy arraigada… No se trataba de ver qué era mejor, quedó claro que cada quien ha ido avanzando con lo que tenía y desde sus urgencias. Pero la conversación funcionó para ir más allá, para intercambiar aprendizajes y abrir el imaginario a nuevas estrategias.

Otra diferencia importante entre nosotras era la relación con el feminismo. Mientras que desde Chile y desde España sentíamos el feminismo como nuestro lugar organizativo por antonomasia, las compañeras argentinas lo veían con distancia y recelo. Sin embargo, a lo largo de los propios talleres, algo de esto cambió. Una de las compañeras más reticentes con la palabra feminismo acabó explicitando que lo que estábamos haciendo era feminismo: que nuestras luchas, nuestras reivindicaciones como empleadas de hogar, la forma de organizarnos entre nosotras, de entrelazarnos, de mirarnos como si nos conociéramos de toda la vida, esa hermandad y esa confianza, eso era feminismo. Es como si, durante el encuentro, el caparazón negativo que a veces recubre el término “feminista” se rompiera, se despedazara, para ver con más claridad de qué tipo de luchas está hecho el feminismo y reconocerse en él. Al fin y al cabo, era la primera vez que organizaciones de trabajadoras de hogar participaban del Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Hubo un despertar, una constatación de que la conciencia de clase, en el caso de las trabajadoras de hogar, no dista mucho de la conciencia feminista.

Hubo también un taller de economía feminista impartido por Corina Rodríguez y Flora Partenio. Para nosotras no eran temas nuevos, pero nos vino bien porque ayudó a poner los análisis feministas sobre el cuidado en el centro del debate y a conectarlos con la función social de nuestra labor. Quedaron también muy claras las demandas que entrelazan nuestras luchas: por la ratificación de los convenios 189 y 190 de la OIT, por el reconocimiento de nuestras dolencias como enfermedades profesionales y por el acceso a los derechos sociales y a la seguridad social en igualdad de condiciones que cualquier trabajador.

Al terminar los talleres, tuvimos la visita de una de las compañeras de la organización del Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Nos dio la bienvenida, nos explicó la historia del encuentro y celebró nuestra incorporación como una buena nueva. Se la veía extenuada, pero irradiaba energía y belleza toda ella. Fue también el momento de crear una pancarta conjunta en la que se leía “Revolucionar los cuidados, trabajadoras del hogar feministas en lucha”

Nuestro encuentro terminó en el Lago Nahuel Huapi, como no podía ser de otra manera. La energía del agua nos llamaba y convocaba. Marga y Tita se bañaron, a pesar de que el agua estaba helada. Otras compañeras también. Poco a poco el lago se fue llenando de grupos de mujeres que iban llegando. Era la señal de que estaba por empezar el encuentro plurinacional. Al caer la noche, el lugar estaba repleto. El azul claro del lago estaba sembrado de puntitos de vivos colores que éramos nosotras, las miles de feministas que nos habíamos congregado en Bariloche.

El Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias

Miles de mujeres se habían desplazado desde distintos puntos de Abya Yala para asistir a esta 36º Edición del Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Había organizados 112 talleres con 15 temáticas diferentes, distribuidos en escuelas, plazas y locales en diferentes sectores de la ciudad. Las dos novedades de esta edición eran sin duda nuestro taller y otro dedicado a analizar los nuevos fascismos.

Las trabajadoras de hogar nos distribuimos: algunas acudirían al taller sobre el sistema de seguridad social y otras al taller sobre migraciones. Un tercer grupo iríamos al taller sobre trabajo de hogar y organización feminista de cuidados. Estábamos encargadas de dinamizarlo. Así que cada cual se encaminó hacia un punto diferente de la ciudad. Era lindo ir recorriendo las calles e ir cruzándose con unas y otras, todo ese reguero de mujeres sembrando las aceras de cháchara y risas.

El espacio que nos habían asignado era una escuela, en un barrio con calles de tierra, en la parte alta de la ciudad. La sala se llenó enseguida, con amigas y compañeras, algunas ya conocidas y otras que veíamos por primera vez. Había mujeres mayores que en su día habían sido trabajadoras de hogar y estaban muy emocionadas al ver que estaba naciendo organización en el sector. Contaron que era algo con lo que siempre habían soñado. También había otras personas que no conocían en absoluto el trabajo de hogar, pero que estaban muy atentas a lo que contábamos, muy interesadas en saber más, sintiéndose inmiscuidas en nuestra lucha. Hubo un momento de choque entre compañeras de dos sindicatos diferentes, ambos argentinos. Nunca se habían dado la oportunidad de encontrarse, aunque fuera para debatir. La discusión fue fuerte, pero, al terminar, se intercambiaron sus números de teléfono y se emplazaron a retomar la conversación con más calma y elaborar un documento conjunto.

Al terminar los talleres, todas las trabajadoras de hogar nos reuníamos, para compartir lo que habíamos aprendido durante el día: los talleres a los que habíamos asistido, los contenidos que se habían tratado, quiénes habían participado, cuáles habían sido los debates…

El domingo, último día del encuentro, presentamos la pasarela de trabajadoras de hogar al gran público. Ya en el encuentro de trabajadoras de hogar habíamos repartido boas y pelucas, explicando el efecto que generaba en cada una de nosotras, la metamorfosis que estos sencillos elementos producían, cómo nos habían permitido ocupar el espacio público de otra manera. Con la euforia circundante, muchas trabajadoras de hogar se habían apropiado de esta indumentaria y cuando les tocaba dar una entrevista para medios, lo primero que hacían era enfundarse la peluca y echarse la boa al cuello. Así que cuando llegó el momento de mostrar la pasarela ante todas las asistentes al Encuentro Plurinacional, estábamos plenamente sintonizadas entre nosotras.

Nos habían asignado un lugar abierto, un parque detrás de la Plaza del Reloj, con árboles y una callecita que lo cruzaba. Mientras Tita y Marga acondicionaban el espacio, yo mostraba a las compañeras los modelos básicos, a la vez que juntas inventábamos modelos nuevos. “La Pulpo” y “Eres como de la familia”, dos de nuestros modelos habituales, fueron muy aplaudidos. La “MariGuay”, que es nuestra modelo de trabajadora de hogar luchadora, fue rebautizada como “La Piquetera”. Una compañera nos decía que para ella era importante incomodar a las compañeras feministas que contrataban trabajo doméstico y de esa idea nació “La chica que me ayuda”: “es tan divina”, decía la presentadora, “que el 8M cuida a los chicos mientras la jefa sale a luchar por los derechos de todes”. Otro modelo nuevo fue “LaQueSo”: la que soporta, pero también la que sostiene.

Vino mucha gente. Los delantales y las pelucas corrían de mano en mano, todo el mundo quería lucirlos. Hubo risas y sonrojos mientras desfilábamos y sentí que la pasarela demostraba una vez más su poderío. En los contextos más variados nos permite visibilizar nuestras demandas y a la vez transmitir nuestra manera de organizarnos, desde el humor, el desafío, la dignidad.

Justo después daba comienzo la gran Asamblea de feministas de Abya Yala, por cuerpos y territorios libres de violencia. Era la actividad de cierre del encuentro y el preámbulo a la manifestación. Se inició con un rito guiado por compañeras de diferentes pueblos originarios: mapuches, aymara, kitukara, quiché… Se hizo un gran círculo y todas las compañeras se fueron sentando alrededor. Encendieron un fuego e incienso y cada organización que llegaba iba aportando un emblema, una bandera, un color que les identificara. Las compañeras se iban poniendo sus ponchos, con todo ese colorido propio de nuestras tierras, y colocaban las fotografías de las compañeras desaparecidas, apresadas, los lemas de las luchas, todo eso se iban colocando en el suelo junto con piedras, con frutas. Poco a poco toda la plaza se iba llenando, mientras las guías de la ceremonia iban llamando a todas, una a una, y con su voz poderosa invocaban la fuerza del fuego para repudiar la represión, la criminalización, el racismo que sufren las poblaciones originarias, la expropiación, la expoliación de todo. Cada compañera, cada organización, iba tomando la palabra y narrando sus luchas, y el grupo les daba la bienvenida, coreaba sus canciones, y todas nos íbamos entrelazando.

Entre todas habíamos ido escribiendo en unos papeles las violencias que queríamos quemar y habíamos puesto aquellos papeles en una cazuelita a la vez que los nombrábamos: “quemamos el racismo”, decía una, y el resto coreaba “quemamos el racismo”. “Quemamos la expoliación de nuestras tierras”, gritaba otra, y el resto repetíamos: “quemamos la expoliación de nuestras tierras” … Hacía mucho frío, así que nos íbamos apretando una contra otra para entrar en calor. Las compañeras traían el mate calentito y entre todas lo compartíamos, de la misma manera en que compartíamos los rayos de sol, rotando para que cada quien tuviera su momento de energía solar sobre el rostro. La sensación era que cada una sentía lo que sentía la otra, no solo en el momento de la rebeldía, coreando los cánticos, sino también en ese estar pendiente, notar la tiritona o la boca seca y compartir, sin mirar con quién, porque todas éramos compañeras, todas estábamos conectadas, como si se hubiese abierto un canal que ya no se podía cerrar.

Cargadas de esa energía terráquea y comunitaria, salimos hacia la marcha. Nos reunimos en la parte alta de Bariloche y dese ahí caminamos, cada una con sus distintivos, con sus trajes, con una insignia o lema que las identificase, pero todas llenas de vida, de alegría, coreando los cánticos, haciéndonos fotos con tantas compañeras que acabábamos de conocer, dándonos fuerza unas a otras. Y así, cientos de miles de feministas marchamos por Bariloche, como un solo cuerpo en llamas.

De regreso

De regreso a casa, al abrir la mochila, me fui encontrando con la mirada de tantas compañeras prendida en cada hilo de mi ropa. No nos despedimos y eso es bueno: nos dijimos hasta luego. No sabemos cuándo ni dónde nos volveremos a encontrar, pero sí sabemos que parte de nosotras quedó allá y parte de ellas se vino con nosotras.

En este viaje aprendimos que hay diálogo de los feminismos populares. Que todes tenemos diferentes luchas y que esas luchas hay que unirlas. Que estamos haciendo una batalla cultural, pero no es suficiente. Que el tiempo no nos da tregua, pero que tenemos que aprovechar todo el tiempo para la organización y la resistencia. Que trabajamos desde el poder popular. Que luchamos también contra el poder mediático. Que tenemos que resistir a las lógicas machistas. Que el acceso a un empleo formal no garantiza una vida digna. Que necesitamos entender el feminismo desde la praxis, saber cuáles son las cosas importantes para una vida digna. Que, tal vez, tenemos que repensar todo. Que puede ser que no haya que cambiarlo todo. Que somos y estamos. Que hay energía, ganas. Que vamos a seguir incomodando . Que el covid pudo haber sido la condición de posibilidad para mejorar todo lo social, pero algo se rompió. Que cuando no tienes trabajo, ni vivienda, ni acceso a la educación, cuando sientes que no hay salida, las promesas más disparatadas pueden atrapar y cerrar la razón o quizá solo quieras tocar fondo…

Entre Lavapiés, Quito y Buenos Aires
En diciembre de 2023