Desde las luchas feministas y populares, el trabajo de cuidados y de sostenimiento cotidiano de la vida se ha puesto continuamente en el centro como dinámica de supervivencia en las crisis, pero también como práctica del vínculo y las alianzas, como fuente de resistencia contra las dinámicas extractivistas y como lógica antagónica a la acumulación de beneficio. En el momento en que se reconoce que la explotación (y la lucha contra ella) no se realiza únicamente sobre el trabajo asalariado sino también, y ante todo, sobre la reproducción social (la propia sociedad) al igual que sobre los ecosistemas naturales y humanos, el campo de batalla se ensancha e incluye ámbitos antes invisibilizados.