por Marta Malo y Verónica Gago. Traducción de Anouk Devillé

La familia es un lugar que parece ser monopolio de la ultraderecha y la “madre” una de las figuras centrales de la disputa. Presenciamos una ofensiva enorme contra las maternidades politizadas, feministas, antirracistas, que tienen una genealogía densa, en la cual las Madres de Plaza de Mayo son una referencia clave. ¿Cómo se organiza hoy la maquinaria reaccionaria para hacer de las familias células racistas, islamófobas, LGTBfóbicas, homófobas, transfóbicas? ¿Por qué vemos el fenómeno de las trad-wife propagandizarse aquí y allá? ¿Qué provecho se le saca a la hora de las campañas electorales? El poder de las madres, el libro recién traducido al castellano de Fátima Ouassak, se sitúa en el corazón de esa batalla, disputando la figura monolítica de la madre y convocando a las madres, en plural y en ruptura, a desplegar su poder de dragonas y torcer el pulso de las fuerzas autoritarias.

La primera vez que vimos a Fátima Ouassak era una de las oradoras al final de una manifestación. Era verano de 2023 y los barrios populares franceses volvían a rebelarse contra la brutalidad policial, tras la muerte de Nahel, un joven de 17 años asesinado por agentes del orden en Nanterre. Nos impresionó su lucidez, su determinación, el poder de su oratoria. Pronto supimos que era politóloga, hija de la inmigración, madre de los barrios populares. También, y sobre todo, militante decidida: había fundado una asociación local en el barrio de Bagnolet, un sindicato de familias (el Front de méres) y una organización feminista e interseccional (la Réseau Classe/Genre/Race). Llegamos a sus libros: varias novelas (Rue de Passage y Comme Ali) y dos ensayos: El poder de las madres y Pour une écologie pirate.

“Mi punto de vista es situado”, escribe en El poder de las madres. “Como todos los puntos de vista, incluidos aquellos que pretenden no serlo y representar a todo el mundo. Mi punto de vista es situado, pero me dirijo a todo el mundo. Me dirijo a todo el mundo, pero haciendo de mi punto de vista minoritario y periférico el punto de vista central. Mi punto de vista es situado, pero quiero cambiar el mundo entero. Es en este sentido, y con esta condición, que la propuesta política que desarrollo en este libro es universal”.

Movidas por el deseo de dar a conocer su trabajo, pero sobre todo por la urgencia de intensificar la conversación internacional entre feministas en estos tiempos de restauración patriarcal, de trazar líneas entre puntos situados que se convocan en el deseo de cambiar el mundo entero, nos pusimos en contacto con Fatima. Nos encontramos a conversar en un bar e intercambiamos a toda velocidad nuestras preocupaciones. Le propusimos entrevistarla y, con complicidad, dijo que sí.

Esta entrevista fue inicialmente publicada en inglés y castellano en ojala.mx. Fátima Ouasak estará presentando su libro, El poder de las madres, el próximo martes 25 de febrero, en Casa Árabe (Madrid), en conversación con Houda Akrikez, fundadora y portavoz de la Asociación Tabadol, de Cañada Real.

 

Marta Malo/Verónica Gago. El título de tu libro, El poder de las madres, tiene ecos con El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad, de Mariarosa Dalla Costa y Selma James, todo un manifiesto del feminismo materialista de la década de 1970, lanzado desde Estados Unidos e Italia y germen de la campaña política internacional por el salario doméstico. ¿A qué te refieres cuando hablas del poder de las madres en el contexto actual?

Fátima Ouassak. El título en francés habla de la potencia (puissance) de las madres: fue una sugerencia de mi editor francés, La Découverte, que yo acepté. Pero en realidad yo quería hablar de poder y quería subrayar el plural: no “el poder de la madre”, sino “el poder de las madres”. En primer lugar, poder en el sentido de poder político: esto es, en el momento presente, en el contexto occidental, principalmente europeo, las madres, que aparecen como esas personas tiernas, aparentemente pequeñas, tienen la posibilidad de transformar el mundo si quieren. Cuando empecé a decir estas cosas en Francia, no era algo corriente. A las madres se les dice mamás, se las considera un sujeto pequeño. A nadie le interesan, ni política ni estratégicamente, al menos en el contexto de las luchas. Así que de eso quería hablar, del poder que sí tenemos. Y, por otro lado, de las madres en plural porque también me siento parte de un feminismo materialista que rechaza la dimensión individualista e individualizante del neoliberalismo. Al hablar de poder me refería sobre todo al poder colectivo, a ese poder colectivo que ya existe en los barrios populares de Francia. Y por eso el título es más descriptivo que prescriptivo, quiere decir que ya existen luchas de madres, más que «necesitamos luchas de madres». De hecho, cuatro o cinco años antes de escribir el libro, co-fundo el Front de mères [frente de madres] en Francia. Y no sólo existe el Front de mères, hay también otras organizaciones. Antes han mencionado los años 70: en Francia en 1984, había un movimiento llamado Les folles de la place Vendôme [Las locas de la Place Vendôme], que hacía exactamente lo que describo en el libro. Es decir, también quiero reafirmar estas luchas de las madres históricas que una vez existieron como un potencial estratégico. De eso habla el título, en pocas palabras. De hecho, en el título, me hubiese gustado hablar de «recuperar nuestro poder de dragón» (1).

Los frentes de madres no son algo exclusivo de Francia. En 2018-2019, antes del Covid, estuve en Barcelona con un frente que existía allí en ese momento. Madres de barrios populares, muchas madres marroquíes, que trabajaban sobre todo con migrantes jóvenes y tenían una lucha que era la misma que la nuestra. Encontré algo parecido en Italia. Por desgracia, con el Covid, mucha de aquella fuerza se disolvió.

 

MM / VG. Como feministas sabemos que la posición “madre” está cargada de ambivalencia, entre opresión y potencia, entre dimensiones reaccionarias y dimensiones subversivas. ¿Podrías desarrollar un poco cuáles son las maternidades desde las que hablas, esas maternidades en plural, pero también en ruptura?

FO. En Francia, en el año 2012, hubo una enorme manifestación bajo el lema Manif pour tous [Manifestación por todos] (2). Entonces no existía el Front de mères y recuerdo ver pasar a las familias, que en realidad eran en arrolladora mayoría padres, y les dije a mis compañeros: «¡atención! Esto es un peligro enorme para nosotros». Por supuesto, entre los manifestantes había algunos padres musulmanes, algunas madres musulmanas racializadas, que además estaban ahí por razones reaccionarias. Es verdad que los padres de los barrios populares no se manifestaban contra nosotrxs, nosotrxs no éramos el blanco principal. El blanco principal de la manifestación eran las personas LGBT, la educación sexual en las escuelas, etc. Pero, en el fondo, allí se estaba manifestando una organización política reaccionaria que también se dirigía contra nosotrxs, contra nuestrxs hijxs. Y esto era algo contra lo que teníamos y tenemos que luchar, incluso dentro de nuestras propias filas, dentro de nuestras propias comunidades. Esta manifestación organizada en 2012 fue un factor importante en la creación del Front de mères. En la actualidad, en Francia, el movimiento de padres más dinámico se llama Parents Vigilants [Padres Vigilantes]. Es un movimiento muy fuerte, con miles de personas, con una presencia muy combativa en las escuelas, que son racistas, islamófobas, LGTBfóbicas, homófobas, transfóbicas, etc. Nosotras, las madres feministas y antirracistas, nos enfrentamos a este movimiento, que es una auténtica máquina de guerra, fundada y sostenida por Éric Zemmour (3).

El otro frente que tenemos como madres feministas y antirracistas, y que también analizo en el libro, es el modo en que la Institución, el Estado, trata a los padres y las madres… En mi opinión, el trato desigual que existe en relación con las familias depende de si cuestionas o no el orden establecido. Una madre, un padre, que viene a apoyar la institución, que no la critica, se va a ver alentado y respaldado y esto es así también para los musulmanes, la gente racializada y la gente de los barrios populares. Es decir, en los barrios populares, existen padres y madres que alaban la escuela, que luchan contra el islamismo, que luchan contra la droga, que piden más policía, etc… A estos padres y madres, se les anima y se les financia. Pero a las madres como yo, que cuestionan la institución, que son críticas con la escuela, con la policía, con la forma en que se gestionan los barrios populares, se nos demoniza. No es sólo una cuestión de color de piel o de clase social, es también una cuestión de si tienes o no un discurso crítico y actúas de manera crítica hacia la institución. En El poder de las madres parto de mi experiencia activista para exponer que una madre que hoy quiera comprometerse políticamente para proteger a los niños, no sólo a los suyos, sino a los niños de una manera política, esta madre será llamada islamista, será llamada comunitarista, será tratada como el diablo mismo. Y es importante decir esto a nuestras camaradas feministas, decir que hay un punto ciego, y ese punto ciego es la forma en que se trata a las mujeres racializadas cuando se implican en política. Es un punto importante y dice algo sobre la condición específica de las musulmanas que militan.

 

MM/VG. En tu libro, la escuela aparece claramente como campo de implicación y de batalla política. Háblanos un poco más de ello.

FO. Lo que voy a contar es una experiencia muy francesa, me gustaría saber si sucede igual en otros países. En Francia, hay personas muy comprometidas con el feminismo, con la izquierda e incluso con la izquierda radical, pero que, cuando tienen hijos, desarrollan todo un discurso anti-sacrificio. ¿Qué significa esto? Me explico. Son personas, como digo, comprometidas con el cambio social, a veces incluso con la idea de una transformación revolucionaria, pero que luego, a la hora de elegir la educación de sus hijos, aunque vivan por ejemplo en Bagnolet, no van a matricular a sus hijos en Bagnolet, sino en París. La justificación es que no quieren “sacrificar a sus hijos”: porque en esa escuela, hablando claro, hay muchos negros, muchos árabes, muchos gitanos, y no quieren que sus hijos compartan destino, vida, etc., con nuestros niños. Creo que este es uno de los motivos por lo que las feministas no hablan mucho de su papel como madres. Tengo la impresión de que, si lo hicieran, estarían obligadas a politizar sus decisiones o al menos explicarlas. ¿Mando a mis hijos a jugar al fútbol con el resto de niños del barrio o les apunto a hacer capoeira o esquí? Con estas preguntas, de golpe, nos situamos en las condiciones materiales de existencia, de las que un feminismo materialista tiene que hacerse cargo. Mientras me sitúo en un plano general, puedo decir que estoy a favor de la revolución. Pero cuando aterrizamos en preguntas como ¿dónde escolarizas a tu hijo?, ya no hay abstracción. Se hace evidente la contradicción: sí, quiero cambiar el mundo, pero no en mi propia casa, de manera que al final, con mis prácticas, ratifico la reproducción del orden establecido, la reproducción de las desigualdades y de las injusticias sociales. Entonces, a las feministas les querría preguntar: cuando hablamos de niñas y niños, de protegerlos, de cambiar el mundo para hacerlo vivible, ¿de qué niños estamos hablando? ¿Incluimos a los niños no blancos, a los niños de clase popular, a los niños de los barrios populares, entre los niños que hay que proteger? ¿O se trata de hipocresía y de reproducir las injusticias sociales? (4)

Es un debate que todavía no se ha producido realmente en Francia, porque es un debate que duele, pero que tenemos que ser capaces de plantear. Evidentemente, no es algo que corresponda únicamente a las feministas, es la diferencia entre la retórica política y las estrategias individuales. El objetivo de mi interpelación no es, desde luego, que las feministas se sientan culpables, sino plantear la cuestión de las estrategias colectivas frente a las estrategias individuales. En Francia, cuando hablamos de las madres, tendemos a hablar de las madres como individuos, de la relación que la madre mantiene con el niño. Y eso, para mí, es un impasse estratégico, en el sentido de que la madre, el individuo, busca la felicidad de su hijo, no la de todos los niños, en particular porque vivimos en una sociedad que promueve la competición entre los niños y entre los padres, con la idea de que para que mi hijo tenga éxito, el tuyo debe fracasar. Eso es lo que tenemos que romper, tenemos que darnos cuenta que es exactamente al revés: para que mi hijo tenga éxito, tus hijos también deben tener éxito. Este giro es difícil, incluso dentro del Front de mères, porque va en contra de todo lo que se nos dice y todo lo que se nos anima a hacer.

 

MM/VG. ¿Qué otros debates planteáis desde el Frente?

FO. La cuestión de la desinfantilización también es fundamental para nosotras: es decir, que nuestros hijos no son tratados como niños, sino como adultos. Afortunadamente, esta cuestión está cada vez más presente en los medios de comunicación mayoritarios, aunque no se reconoce que fuimos nosotras quienes lo teorizamos, que el propio término “desinfantilización” nació en los barrios populares y, de hecho, el término se suele blanquear, presentándolo como si fuera un fenómeno que afectase a todo el mundo por igual. En esta falta de reconocimiento hay dos problemas. Por un lado, está la clásica operación por la que las personas blancas se apropian de la historia, de la lucha y del trabajo intelectual de las personas no blancas. Pero hay un segundo aspecto, más importante y también más complejo. Y es que cuando una madre musulmana no blanca plantea una cuestión política acerca de sus hijos, no se la toma en serio, porque siempre hay esa sospecha de reacción, oscurantismo, islamismo… Cuando esta madre dice que existe en Francia una cultura de la violación infantil, no se la toma en serio. Tomemos, por ejemplo, el caso de Adèle Haenel, una actriz que fue agredida sexualmente cuando tenía 12 años. En aquel momento, desde el feminismo se trató como una cuestión de derechos de la mujer, pero nosotras insistimos en que lo grave del caso era que se trataba de una niña. Nadie nos escuchó. Hoy en día, Adèle Haenel nos ha dado la razón. En el debate posterior, no ha habido ninguna referencia a lo que el Front de mères dijo en su momento. ¿Por qué? Porque nuestra palabra siempre es sospechosa de oscurantismo, se da por sentado que no queremos la emancipación sexual de las niñas, que les queremos imponer el velo, encerrarlas, casarlas siendo vírgenes, etc. Se nos ve como personas retrógradas, nunca se piensa en la dimensión emancipadora que hay en lo que decimos. Queda mucho trabajo por hacer al respecto.

 

MM/VG. El poder de las madres forma parte de una serie. ¿Puedes hablarnos de ella?

FO. Antes de ponerme a escribir El poder de las madres tenía en la cabeza la idea de una trilogía. Tenía demasiado material y pensé en hacer tres libros: el primero sería el sujeto, el segundo el verbo y el último el complemento. Por eso el subtítulo de El poder de las madres es “por un sujeto revolucionario”. Naturalmente, a partir de mi experiencia política, el sujeto sólo podían ser mujeres, porque lucho en comunidades de mujeres. En el libro cuento de hecho cómo, en un momento dado, tuve un problema con el comedor escolar de mi hija y convoqué a las familias interesadas: no dije «mujeres interesadas», sino «familias interesadas». A la convocatoria no acudió ni un solo hombre. Así pues, la realidad concreta en la que desarrollo mis actividades, mi compromiso político, es una comunidad de mujeres. Para mí es muy importante decir que es una comunidad. Por supuesto, no exenta de relaciones de dominación, tampoco exenta de violencia a veces, pero, en cualquier caso, es la comunidad en la que mejor me siento, en la que soy capaz de implicarme a nivel político, en la que puedo avanzar, en la que consigo pensar las cosas, etc. Y, entre las mujeres, concretamente las madres, no para pensar la violencia y la opresión que sufren las madres, sino las madres desde el poder que tienen, como protectoras de las infancias. En madres incluyo no solo a las que tienen hijxs biológicxs, sino a mujeres que cuidan a niñxs de su entorno, ya sean sus alumnxs, sus sobrinxs, lxs hijxs de sus vecinxs, lxs niñxs de su comunidad. Es una cuestión de cuidado intergeneracional: es decir, mujeres que quieren lo mejor para las generaciones siguientes.

Para el primer libro, entonces, quería hablar de esta fuerza política, esta fuerza estratégica, que las organizaciones políticas han descuidado, que han dejado de lado, porque las madres no les interesan. Para mí era fundamental plantear que en la relación que tejen las madres con sus hijxs hay algo muy importante en juego que había que movilizar estratégicamente: entre las madres tampón que reproducen lo que hay y nosotras, que podemos llegar a ser madres dragón.

Al final del primer libro, introduzco ya la ecología como principal herramienta de emancipación. Hoy en día tenemos dos emergencias: la emergencia planteada por el supremacismo blanco, el fascismo, el regreso de la extrema derecha, el autoritarismo y las guerras imperialistas, etcétera. La segunda emergencia es climática. Sólo la ecología puede responder a estas dos emergencias entrelazadas. Y por eso dediqué el segundo libro a la ecología, que para mí es el verbo, la herramienta. Cuando digo ecología no me refiero a cualquier ecología. La ecología que tenemos hoy en Occidente es mediocre, lamentable. No está a la altura de las dos cuestiones que acabo de nombrar. Lo que introduzco en el libro es la noción de una ecología pirata, esto es, una ecología de la liberación, que es también una ecología decolonial. El tercer libro, que estoy escribiendo, es el complemento, y trata de la organización social. ¿Qué organización social? Una organización liderada por las madres para librar una batalla ecológica, pero ¿para defender qué tipo de sociedad? Estoy trabajando en particular en la cuestión de los bienes comunes.

 

MM/VG. ¿Qué lugar tiene la libertad de movimiento en tu ecología pirata?

FO. La cuestión de las fronteras es lo que diferencia una ecología a la altura de los desafíos a los que se enfrenta el planeta de una que no lo está. Eso es lo primero. Un proyecto ecologista dado, ¿está cercado por fronteras? ¿Se ha pensado con una perspectiva internacionalista? El 99,99% de los proyectos ecologistas que conocemos tiene fronteras. Rascas un poco y bajo toda esa retórica del planeta, la biodiversidad, lo universal, descubres fronteras. Para mí, la única manera de pensar una ecología que esté realmente a la altura de los desafíos a los que se enfrenta el planeta es considerar la libertad incondicional de movimiento como un derecho fundamental. Esto no se ha hecho nunca. Cuando formulé la idea de una ecología pirata en Francia, la única cuestión que ponía a todo el mundo a la defensiva era la libertad incondicional de movimiento. Siempre se repetía el mismo fantasma: con libertad de movimiento, ¡cuidado!, los bárbaros del sur, los negros, los árabes, los musulmanes, los afganos, los kurdos, inundarán las playas de España, Italia, etc., seremos invadidos, dejaremos de ser europeos, perderemos nuestra cultura cristiana… No solo habla así la extrema derecha: también la izquierda.

Esta cuestión de las fronteras es aún más grave y urgente porque la extrema derecha en Francia, pero también en Italia, están incorporando un discurso ecológico pero estrechamente ligado a las fronteras, al territorio nacional. Por eso es fundamental que rompamos esa equivalencia entre ecología y fronteras. Por supuesto, la cuestión de la libertad incondicional de movimiento y de instalación plantea preguntas: ¿bajo qué modalidades?, ¿con qué estrategia, qué alianzas?, ¿y con qué perspectiva internacionalista? ¿Cómo, desde Francia, por ejemplo, podemos trabajar con camaradas en España, en Argentina, con camaradas en Marruecos, en China, en Palestina, etc., para avanzar en esta idea? Porque la libertad de circulación como derecho fundamental no se puede pensar únicamente en Europa. Por definición, requiere una reflexión a nivel internacional. Para mí, esta cuestión es realmente apasionante. Se trata de cómo nosotras, como activistas y personas comprometidas, conseguimos crear espacios en Madrid, en París, o en cualquier otra parte del mundo, espacios en los que ya podemos contemplar la libertad de circulación y, después, ¿cómo nos organizamos? ¿Cómo se hace desde ACNUR, cómo se hace en el Parlamento Europeo, cómo lo hacen las ONG? ¿Quién hace qué? Es una cuestión tan central como fascinante.

 

MM/VG. Dentro de tu interés por esta dimensión transnacional del activismo, ¿cuáles crees que son las claves en este momento de guerra?

FO. Para mi hay dos vías prioritarias. Cuando hablo de internacionalismo, me refiero en primer lugar a esta escala europea que demasiado a menudo se descuida, porque asociamos Europa con el neoliberalismo y no queremos saber nada. Esto es un gran error táctico. Al contrario, tenemos que poner esfuerzo en las relaciones dentro de Europa. ¿Qué podemos hacer entre países europeos? Recuperar nuestra fuerza europea nos permitiría también ampliar esta perspectiva internacionalista. Así que, desde aquí, primero está el nivel europeo. El segundo nivel es, ante todo, la relación de Europa con África. Este tipo de internacionalismo también es muy difícil, especialmente para gente como yo, que venimos de África. Porque es muy difícil trabajar con nuestros países de origen. Yo soy marroquí y sé que hay un tema que no debo abordar en Marruecos, el del Sáhara Occidental. Este es solo un ejemplo de muchos que complican la relación que puedo tener con activistas, intelectuales y artistas marroquíes. La cuestión colonial, la cuestión palestina, son también difíciles en la conversación con nuestro país de origen. Difícil no significa que no haya que hacerlo y un punto de partida son las diásporas. En cualquier caso, si no tenemos un trabajo con los países que están vinculados al pasado colonial de Europa, es decir, con Marruecos, Senegal, Malí, Túnez, no hay internacionalismo. A la Francia internacionalista le encanta vincularse con países como Argentina, Bolivia, Chile… le encanta porque no le cuesta nada, no tiene que cuestionarse nada. Lo que es difícil es trabajar con Argelia, con el Congo. No hay nadie que quiera organizar cosas en estos países, con estos activistas, aunque haya activistas como nosotras que estén implicados allí y ni siquiera los conocemos.

Quiero, y eso es lo que tengo más claro, que mi trabajo forme parte de un esfuerzo colectivo internacionalista, que en un marco internacional podamos discutir estrategias: ¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos?, ¿cómo nos ayudamos de un país a otro, cómo nos damos fuerzas, cómo encontramos dinero? La cuestión del dinero es importante, pero también la de los lugares: ¿dónde esconderse? Todas estas son cuestiones internacionalistas que estoy impaciente por discutir.


MM/VG.
Francia parece inscribirse inequívocamente en la tendencia europea de auge de una extrema derecha que utiliza a inmigrantes, feministas y personas lgtbiq+ como chivos expiatorios de toda una serie de angustias sociales. Sin embargo, en las últimas elecciones, un frente de izquierdas fue capaz de dar la vuelta al previsible triunfo del partido de Marine Le Pen, para encontrarse después fragmentado y acorralado. ¿Cómo valoras la situación actual?

FO. En realidad, no podemos hablar de un frente que haya frenado el triunfo de Marine Le Pen… No es esto exactamente lo que ocurrió. Si lo queremos ver con más detalle, lo que ocurrió hace unos meses fue que, en las elecciones europeas, en Francia la extrema derecha se situó en el primer lugar. Fue Jordan Bardella, el cabeza de lista de la extrema derecha para las elecciones europeas, quien quedó primero, muy por delante de todos los demás, con un 32 o 33% del total de voto. Esto es un resultado histórico: la extrema derecha nunca había tenido tantos votos en unas elecciones. Es importante decirlo, porque, como hubo elecciones inmediatamente después, este dato se tendió a pasar por alto. Pero es que además, en las elecciones posteriores, la extrema derecha obtuvo aún más votos. Toda la izquierda unida –France Insoumise, el partido socialista, el partido comunista y el partido ecologista–, los cuatro partidos juntos, recibieron menos votos que la Rassemblement National sola, incluso después de la segunda vuelta. Pero en Francia existe un sistema electoral donde no cuentan los votos absolutos sino ganar en cada territorio. No voy a entrar en los detalles técnicos, pero eso dio una oportunidad a los partidos de izquierdas.

Hubo un momento muy complejo, porque Emmanuel Macron quería que ganara la extrema derecha con la idea de: “soy presidente, les voy a dejar gobernar, ocupar el cargo de Primer Ministro y los ministerios, ahí dentro se van a embarrar y en 2027 perderán”. Ese fue su cálculo táctico: tener una cohabitación que les desgastara. Pero su Primer Ministro, Gabriel Attal, no quería pasar a la historia como el Primer Ministro que le entregó las llaves de Francia a la extrema derecha, así que convocó a todos los candidatos de Macron y les pidió que dejaran ganar a la izquierda allí donde fuera posible. Así que Macron acabó aceptando este frente republicano contra la extrema derecha y esto es lo que la Rassemblement National está ahora aprovechando para presentarse como los únicos antisistema. ¿Y eso qué significa? Significa que hay encuestas que muestran que si hubiera elecciones hoy, Le Pen arrasaría.

Evidentemente, me alegré de que la extrema derecha no ganase, porque es una amenaza para nuestras vidas. Nos atacan directamente. Pero la alegría no es total porque sabemos muy bien que el resultado sólo ha frenado las cosas de manera temporal y, a la vez, está permitiendo que la extrema derecha acumule fuerza, que no se desvíe, que no se “corrompa”, que no se enrede con el gobierno. Así que, cuando la gente dice que Marine Le Pen ha perdido, en realidad no ha perdido: su verdadero objetivo siempre fue ganar las elecciones en 2027, porque ganarlas ahora les ponía en la tesitura de gobernar con Macron como presidente.

Por otra parte, la estrategia de descalificación de Jean-Luc Mélenchon y la France Insoumise es demencial: que si Mélenchon es antisemita, si es un tirano, si es totalitario… No saben qué inventar para despistar, incluso en el lado de la izquierda, es decir los socialistas y los ecologistas. No soy melenchonista, pero reconozco que Mélenchon tiene una buena estrategia en la dimensión revolucionaria. Hay algo aún abierto, la posibilidad de un viraje a la izquierda. Hay un 90% de posibilidades de que la extrema derecha gane las próximas elecciones, pero el 10% restante podría ser para nosotrxs, para la izquierda radical. Tenemos que estar preparadxs. Estas son las cuestiones que están en juego y sabemos que lo que ocurre en Francia tiene consecuencias en el resto de Europa.

 

MM/VG. ¿Qué papel crees que puede jugar el feminismo de los barrios populares en este contexto cada vez más oscuro?

FO. Durante las elecciones europeas, no pedimos el voto para ningún partido concreto, solo dijimos que, si votábamos, lo haríamos pensando en Palestina, en el genocidio en Gaza. Cuando, después de las elecciones, Macron anunció la disolución de la Asamblea Nacional, nosotras, que estábamos ya a punto de irnos de vacaciones, dejamos de dormir. Trabajamos sin descanso: fuimos a hablar con nuestros vecinos, con los hijos de nuestros vecinos, con nuestros compañeros, para decirles a todxs ¡tenemos que movilizarnos! Alrededor de dos cosas: primero, el voto. No somos izquierdistas que piensan que no tiene sentido votar. Para nosotras, votar es importante. Los musulmanes, los barrios populares y las personas no blancas tienen que votar. Es importante porque tiene peso, marca la diferencia. Y además dijimos: si te vas de vacaciones, si te vas a Marruecos o a Senegal, danos un poder y votaremos por ti. Yo misma lo hice, me iba a las puertas de los edificios, diciendo “dame tu nombre, iré a votar por ti». Todas lo hicimos. Y en segundo lugar, en ese momento, estábamos convencidas de que la Rassemblement National iba a ganar, así que nos hicimos preguntas como: ¿qué hacemos al comienzo del año escolar con los niños? ¿Cómo te organizas con un ministro fascista? ¿Cómo llevar a tus hijos a una escuela bajo un gobierno fascista? Y eso significó muchas reuniones, una campaña, encuentros con profesorxs, directorxs, alumnxs. De verdad, estuvimos sin dormir durante 3 semanas. Y luego, por supuesto, el alivio cuando obtuvimos los resultados de las elecciones.

Como he dicho, el Covid y el confinamiento dejaron huella en el Front de mères. A eso se suma el avance de la extrema derecha, el agotamiento electoral, porque en Francia hay nuevas elecciones cada 6 meses, el genocidio que estamos siguiendo día a día… Hay una fatiga psicológica y, pese a eso, trabajamos mucho y fuimos operativas. Las madres que son activistas organizadas en los barrios populares son ultra operativas. Saben lo que hay que hacer de verdad, en las escuelas, en las puertas de los bloques de vivienda pública, en los centros sociales. Y tienen una extraordinaria capacidad de organización, estrategia, influencia y movilización. Si hoy no hubiera madres en los barrios, no habría nada. No hay sindicatos, ni partidos políticos en los barrios de hoy, pero hay madres organizadas en torno a la escuela, en torno a los centros sociales, en torno a la alimentación… Hemos organizado muchas cosas en torno a la comida. Decíamos: es solo comer juntas. Y la gente venía a comer y nosotras hablábamos de política. Fue muy eficaz. De hecho, en los barrios populares en particular, se produjo un descenso de las tasas de abstención. Si en Francia no hubiera barrios populares, hace mucho que el país habría caído en el fascismo.

 

MM/VG. ¿Cuál es el saldo de esa experiencia organizativa frente a las elecciones?

FO. Ha sido una experiencia muy importante, porque para las próximas elecciones creo que hemos desarrollado algunos automatismos. También fue interesante la conversación sobre el municipalismo con los camaradas españoles. De lo que hablo en La ecología pirata es de secesión. Yo vivo en Bagnolet. Creo que tenemos que decir que en Bagnolet no aceptamos fascistas y que si la Rassemblement National toma el poder, no lo hará en nuestras ciudades. Para ello, necesitamos ganar elecciones en los ayuntamientos. Pero también hay que construir autonomía política. Eso lo tenemos que discutir entre nosotras. Por supuesto, la secesión plantea la cuestión de la subsistencia. Por ejemplo, si Seine-Saint-Denis, una de las periferias de París, el departamento más pobre de Francia, se separara y aislara del resto de Francia, sólo sobreviviría tres días. Después moriría de hambre: estamos demasiado atados. A eso hay que sumar el problema de la policía. Hoy más del 85% de la policía vota a la extrema derecha. Y la policía está por todas partes en los barrios populares. Entonces, esta idea de autogobierno municipal plantea problemas, pero también da claves. No creo que el nivel nacional sea interesante políticamente, creo que lo que realmente nos interesa es el nivel local, no de distrito, sino de ciudad: ciudades donde hay barrios populares. Y pensar en las formas de organización comunitaria y de autonomía política. Esto en cuanto a los horizontes. Es un poco amplio, pero son estas cuestiones estratégicas y territoriales las que me gusta hablar con las activistas.

 


Notas

1. Para proteger a sus criaturas, para rechazar el destino que les espera, hacer que se respete su dignidad, ampliar su campo de posibilidades, las madres de los barrios populares, nos dice Fátima, tienen que comprometerse con una lucha colectiva: eso exige «desplegar el poder de las madres», «recuperar nuestro poder de dragón», «el que tenemos cuando damos vida, el que teníamos antes de que nos lo confiscaran» (Fátima Ouassak, El poder de las madres. Por un nuevo sujeto revolucionario, Madrid, Capitán Swing, 2025, pp. 7 y 75).

2. Manif pour tous es un movimiento ultraconservador francés centrado en movilizaciones y campañas contra el matrimonio homosexual, la homoparentalidad y la educación afectivo-sexual en las escuelas. Fundado en 2012, fue capaz de convocar ese año manifestaciones masivas en todo el país. En 2023 se rebautizó como Le Syndicat de la famille.

3. Conocido por sus declaraciones racistas y homófobas, el periodista y escritor Èric Zemmour es una de las figuras más visibles del panorama ultra francés. Candidato a las elecciones presidenciales de 2022, intentó sin éxito robarle el liderazgo de la extrema derecha a Marine Le Pen.

4. Fatima Ouassak profundiza más en esta cuestión en la entrada «Madres», en Elsa Dorlin (ed.), Feu! Abécédaire des féminismes présents, Marsella, Libertalia, 2021.