Desde el nodo de Buenos Aires.
El último 10 de diciembre -en coincidencia con el día internacional de los derechos humanos- en Argentina la marea verde, transfeminista y abortera, volvió a tomar las calles. Lo hicimos para demostrar nuestra fuerza frente al tratamiento en la cámara de Diputados del proyecto de legalización del aborto enviado, este año por primera vez, por el poder ejecutivo. Esta escena es resultado de un acumulado histórico de luchas, de una presión construida durante años, que reclama este derecho y que incluye redes, campañas, socorrismo, militancia por la educación sexual integral, lobby parlamentario, tejido organizativo en las escuelas, los hospitales y los sindicatos, y un largo etcétera de iniciativas y perseverancias.
Lo que se moviliza con la marea verde es, justamente, una dinámica intergeneracional que ha ido laboriosamente tramando, profundizando y organizando el deseo de autonomía sobre nuestros cuerpos y territorios. Como en zig zag se pueden trazar muchas líneas e historias que convergen, otras que se bifurcan; finalmente todas hacen confluencia desde la multiplicidad de experiencias e historias.
La masividad que ha logrado el reclamo por el derecho al aborto -que tiene en la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito una articulación clave- tuvo en el año 2018 un momento de expansión inédito. Esa expnsividad se consigue al interior de un movimiento feminista de masas que toma la autonomía sobre los cuerpos como un objetivo común.
Fue entonces, en el 2018, cuando nos movilizamos millones (literalmente) para reclamar al Parlamento y fue entonces también que el Senado hizo su voto de desprecio, nos dió la espalda, y nos negó ese derecho a todas las personas con capacidad de gestar, cuando éramos tantxs en aquel invierno helado de agosto sosteniendo el fuego de nuestra determinación.
Hubo furia, hubo enojo. Sin embargo, no nos dimos por vencidxs. En primer lugar porque había algo que ya sentíamos como victoria: haber hecho tan popular ese reclamo, que haya estado presente en cada casa y en cada barrio y en las organizaciones campesinas como nunca antes, que sea liderado por las pibas y les pibis (como se dice aquí a lxs más jóvenes), que debatir la gratuidad se haya convertido en un elemento central porque permitía poner en claro quiénes son las personas que pueden abortar de forma segura y a quienes la clandestinidad les implica riesgo, porque la iglesia católica fue confrontada en su reaccionario tutelaje.
Ahora, este 2020 de pandemia y duelos, estamos de nuevo. Volvimos a movilizarnos y lo hicimos del modo en que lo venimos practicando: convirtiendo la calle en una piel sobre la que acampar, acompañando la vigilia feminista con fiesta y abrazos, nutriendo las alianzas políticas transversales que hacen que la marea tenga la capacidad de convocar tantos ríos de gente, dibujando las caras con brillantina verde, inventando consignas que se hacen canción.
Lo hicimos en un contexto muy particular, en medio de la pandemia y después de muchos meses de no salir a las calles, con una crisis económica sin precedentes y con muchos dolores encima, pero sin nunca haber abandonado nuestras banderas.
Las fotos del pasado 10 de diciembre, que circularon y siguen circulando (en las que nos vemos y nos reconocemos en nuestra fuerza común), nos permiten compartir ese hacer ciudad feminista, ese modo de construir casa colectiva a cielo abierto.
Es una forma de estar juntes capaz de desplegar los cuidados que sostuvimos con tanto trabajo este año de cuarentena, pero también que confirma la certeza de que no hay nada que reemplace la fuerza de esa multitudinaria presencia. En la mañana del 11 de diciembre obtuvimos la media sanción de la ley. Saltamos, gritamos, lloramos, nos felicitamos.
Ahora, nos preparamos para el Senado, que discutirá la sanción definitiva de la ley el próximo martes 29 de diciembre. Decimos que será nuestro año nuevo porque estamos convencidxs que será ley y que la victoria tendrá sabor a celebración.
Ya el hormigueo organizativo se siente, como lo vivimos hace días. Quienes preparan comida, quienes pintan banderas, quienes imprimen volantes, quienes seleccionan música, quienes cosen barbijos, quienes producen alcohol en gel, quienes alquilan carpas, quienes salen a pegar afiches, quienes arman asambleas, quienes mandan coreografías por wasap y así al infinito una red de esfuerzos, conversaciones, y energía dedicada a garantizar la próxima cita, a agitar la marea verde, su fuerza acuática.
En la contraparte, la ofensiva anti-derechos está más agresiva que nunca. Primero buscaron quedarse con el color verde que nos identifica y hablar de ambientalismo contra el aborto. Traficando argumentos decían que quien defiende el planeta no puede estar a favor del aborto. Les salió mal. Ahí también notamos que la extensión del reclamo de soberanía sobre nuestros cuerpos entendidos como cuerpos-territorios se ha hecho vocabulario de lucha y no puede ser expropiado. La fuerza de la marea verde abortera desborda y ha permitido más alianzas verdes: con el anti-extractivismo, por ejemplo.
Los anti-derechos ahora empapelaron Buenos Aires queriendo confundir con afiches enormes, carísimos y verdes diciendo que el aborto es contra lxs pobres y contra quienes nacen con síndrome de Down, volviendo al remanido lugar del aborto como descarte y asesinato. Mientras, escuchamos a curas diciendo que si la Virgen María hubiese abortado no tendríamos navidad. Son los mismos que, con otros ropajes, mandan correos con amenazas a lxs parlamentarixs que han declarado su voto a favor. Sabemos que se trata de un activismo conservador con buena financiación del Norte.
Lo que (nos) queda claro es que lo que toca y disputa el aborto es tan profundo que hace temblar todo el orden político. Lo que toca y disputa el aborto señala con nombre y apellido a los poderes feudales y abusadores en las instituciones más reaccionarias, y también señala sus alianzas con los negocios extractivos más truculentos (aunque quieran disfrazarse con el lenguaje de la defensa de la vida).
La marea verde, transfeminista y abortera, es también una marea transfronteriza. La legalización del aborto en Argentina, sabemos, es clave como gesto multitudinario de anti-fascismo en la región y en el mundo. Porque sentimos que nos escuchan en Puebla y en Varsovia, en El Salvador y en Madrid, en Santiago de Chile y en Recife, en Lima y en Guayaquil. Pero, sobre todo, nuestra victoria será la confirmación de que la lucha colectiva a la que los feminismos le estamos poniendo el cuerpo, y en eso reinventando nuestro cuerpo en común, está dispuesta a cambiarlo todo.