Javiera Manzi A., Irune Martinez y Andrea Salazar, militantes de la Coordinadora Feminista 8M
Artículo publicado en Desinformémonos.
Plaza de la dignidad en Santiago de Chile. Feministas de nuevo en las calles este 28 de septiembre.
La realización de la política es algo más que una referencia al poder del Estado, a las organizaciones institucionales, a las organización de la economía y a la dialéctica del ejercicio del Poder. Es también repensar la organización de la vida cotidiana.
Julieta Kirkwood, 1983
En las últimas semanas hemos visto una aceleración de la temporalidad constituyente marcada por jornadas laborales que se extienden hasta el amanecer. Escribimos estas líneas porque como feministas nos parece insostenible, excluyente y contrario a una política de cuidados, la imposición del mandato de una ética sacrificial e hiperproductivista como condición de este proceso.
En redes sociales vemos a las y los constituyentes responder, de manera acrítica, al guión esgrimido y ampliamente difundido por la derecha: en la Convención no se trabaja. Lejos de ello, durante estas semanas les hemos visto dotarse de condiciones indispensables para su funcionamiento, construyendo los cimientos para un proceso marcado por la descentralización, la plurinacionalidad, la defensa de los derechos humanos y de la naturaleza, paridad sustantiva y la democratización progresiva del órgano.
La preocupación por la legitimidad del proceso ha marcado la demanda de un ritmo de trabajo que ignora y se impone sobre los tiempos vitales y de deliberación de pueblos, comunidades y ecosistemas. Correr al ritmo neoliberal, deja a un lado del camino (una vez más) a quienes cuidan, a los cuerpos enfermos y mayores, la vulnerabilidad de todo cuerpo incluyendo los cuerpos colectivos. Desde la perspectiva de una participación popular incidente, no es posible sostener un proceso con ritmos que impidan la colectivización de la reflexión constituyente con sus espacios mandantes. De lo contrario este será desde ya y de manera irreversible uno de los mayores triunfos de los partidos del orden neoliberal: la naturalización de sus tiempos de exclusión, acumulación y despolitización.
Precisamente porque lo personal es sumamente político, los cuidados no pueden seguir sosteniéndose como una preocupación individual o ajena del ámbito público. ¿Cómo cuidan de otras personas quienes sesionan hasta las 2 am? ¿Cómo se cuidan quienes deliberan hasta las 4 am? ¿Cuándo descansan los y las técnicas, funcionarias y secretarias del ex-congreso, los equipos de constituyentes, los y las periodistas y trabajadoras de medios de comunicación cuando la Convención pareciera no detenerse nunca? ¿Cómo se sostienen procesos de reflexión colectiva cuando se debate sin descanso?
La centralidad con que se ha instalado un enfoque de cuidados en el reglamento, en la reorganización presupuestaria y en las estrategias de participación popular son condiciones indispensables para avanzar en la profundización democrática de un espacio no precarizante. Esto implica partir de la base del reconocimiento irrestricto de los derechos laborales que se han obtenido como una conquista de la clase trabajadora y que hoy se encuentran negados a las y los trabajadores de la Convención. Hablamos también de condiciones dignas para todos los trabajos involucrados, del reconocimiento al trabajo no remunerado que realizamos principalmente las mujeres y que se vuelve una segunda jornada, infraestructura que se disponga para la socialización de estos trabajos reproductivos y de jornadas de trabajo que posibiliten tiempos protegidos para el descanso, encuentro y esparcimiento, que permitan una dedicación al cuidado y a los afectos, momentos indispensables para el desarrollo de la reflexión e imaginación política.
Volviendo a lo que escribió Julieta Kirkwood en los ochenta, “la realización de la política [feminista] es también repensar la organización de la vida”, evidenciado la imposibilidad del ejercicio de desmontar la institucionalidad neoliberal en un contexto de imposición de la temporalidad capitalista. Profundizar el impulso transformador que nos hemos llamado a desplegar dentro y fuera de la Convención, exige democratizar el proceso constituyente todo, orientando tanto el resultado final del trabajo, como las formas en que éste se produce. Ante ello, nuestra tarea continúa siendo controvertir y revolver todas las recetas conocidas para construir formas de organización del trabajo político que prefiguran el deseo de otra vida posible.