Laboratoria Sur de Europa
La Laboratoria, desde su nodo Madrid, lleva ya dos años incitando pensamiento y encuentros desde un feminismo sindicalista que, bajo diferentes nombres, va abriéndose paso en nuestro territorio y más allá. Entendemos que “trabajadoras somos todas” porque dedicamos todo nuestro tiempo y nuestras fuerzas a sostener nuestras vidas y las de los que nos rodean, enfrentándonos a las múltiples y entrelazadas opresiones y explotaciones que el proceso de Huelga feminista nos ayudó a revelar, cual papel tornasol. Diversos colectivos compartieron esta misma intuición en las I Jornadas «El feminismo sindicalista que viene» en otoño de 2020. Son colectivos cuyo feminismo se teje en el día a día, en una práxis a caballo entre lo comunitario y lo sindical.
Año y medio después, y tras un proceso de autoencuesta que nos sirvió para calibrar mejor deseos y necesidades de los colectivos en lucha, celebramos en Madrid entre el 16 y el 21 de febrero de 2022 las II Jornadas por un feminismo sindicalista, con la alegría de encontrarnos en persona después del aislamiento de la pandemia y con la urgencia de la dureza de nuestras condiciones de vida. El objetivo: tramar formas de estar más conectadas, de compartir redes y recursos, de apoyarnos en cada una de nuestras luchas. Desde La Laboratoria-Madrid pensamos que todas estas luchas de base comparten ya una forma de acción y un campo de batalla.
Las feministas marxistas, los ecofeminismos, los llamados feminismos del Tercer Mundo, los feminismo postcoloniales y descoloniales nos han enseñado que además de la explotación asalariada, existe una inmensa apropiación de trabajo no pagado, todo el trabajo de cuidados que realizan tradicionalmente las mujeres (y que se suma a la apropiación de la naturaleza). Existe también extracción a través de la deuda, extracción de nuestros estilos de vida y creaciones colectivas, extracción de la permanente movilización de nuestra energía y trabajo para sobrevivir.
Los feminismos negros nos han enseñado también que esta explotación asalariada, la apropiación de trabajo no pagado y el extractivismo, es diferente según una jerarquía racial que viene de la colonia y que es la forma de organización de la acumulación capitalista, no algo tangencial sino constitutivo, imprescindible para la acumulación.
Los feminismos marxistas y las economías feministas nos han enseñado que los roles de sexo-género normativos cumplen una función económica: para las mujeres, poner los cuidados por encima de los deseos propios, sea cuidando material y emocionalmente, sea trabajando en cualquier cosa para mantener a niñes y ancianes; para los hombres, llevar a casa el salario principal, sostén monetario de la familia. En estos roles de sexo-género se nos educa desde que nacemos, pero cuando esa educación falla, cuando la desobedecemos, llega la violencia; y escapar de esta violencia se hace muy difícil cuando se suma a la precariedad, a la falta de trabajo y casa y a la cuestión de la custodia de les niñes, al gran miedo de perder a les niñes.
Las historiadoras feministas nos han enseñado que estos roles de sexo-género con función económica no siempre han existido en su forma actual. Nos cuentan que este régimen de acumulación se inició con la desposesión de los medios de reproducción, la pérdida de la tierra y los comunes: la llamada acumulación originaria, iniciada en la Edad Moderna. Y llega hasta la actualidad, como vemos en la continuación del despojo en América Latina y tantos otros lugares del mundo.
Por eso en estas Jornadas no solo nos encontramos colectivos que luchan en el campo asalariado, sino un amplio arco de luchas feministas anticapitalistas con todas las letras, dentro y fuera de un terreno laboral cada vez más desdibujado. Y lo hacemos desde la convicción de que las luchas que no tienen en su centro de forma explícita el empleo no son luchas sectoriales o menores o divisorias; no son luchas que señalen algo superpuesto con el capitalismo, algo parcial, sino el corazón mismo del capitalismo: la forma en que construye jerarquías sobre las que acumula de forma diferencial, sin las que la acumulación misma no sería posible (imaginemos que las patronales del mundo tuvieran que pagar el ingente trabajo de cuidados no pagado sobre el que se sostienen sus beneficios) y que constituyen la base política de la dificultad misma de luchar juntas.
Vemos lucha anticapitalista en la pugna por ser menos dependientes del salario, por construir nuestros medios de producción, como hace el Nodo de producción del barrio madrileño de Carabanchel. O en la lucha por la vivienda y la luz, por desmontar la relación salarial como única legítima para el acceso a lo que necesitamos para vivir, como hace la Asociación Tabadol de La Cañada Real de Madrid, o los movimientos por el derecho a la vivienda como la Plataforma de Afectadxs por la Hipoteca o los sindicatos de inquilinos. O en la lucha contra esa violencia que busca atarnos a roles sexo-genéricos y raciales, que va dirigida a que no nos movamos ninguna de nuestra casilla asignada: de la violencia machista a las redadas policiales contra las economías populares o a la ilegalidad producida por la Ley de Extranjería. Mujeres supervivientes de Sevilla o AAMAS de la Red de estructuras populares y comunitarias de Manresa enfrentan esta violencia y lo hacen de forma colectiva, creando y espesando el tejido social.
Y es que todos los colectivos que nos encontramos en las Jornadas consideramos fundamental construir y fortalecer comunidades, redes sociales y de apoyo mutuo, que nos hagan más fuertes, más autónomas, frente a toda explotación y apropiación, y nos permitan imaginar y poner en práctica nuevas formas de relación y de vida. A estas luchas anticapitalistas, basadas en el apoyo mutuo y en la acción directa, que crean comunidad, que traen prácticas comunitarias de otras partes del mundo e inventan nuevas relaciones de cooperación en autonomía, las llamamos feminismo sindicalista. Lo hacemos sin ninguna pretensión de que sea un nombre canónico: lo hacemos para sentirnos más juntas.
Estas Jornadas han sido otro pasito en este sentirnos más juntas, para conocer nuestros nombres y nuestras caras, para compartir nuestra potencia y nuestros retos. Hemos decidido establecer formas de comunicación permanentes entre nosotras, poner por escrito nuestras exigencias más básicas, poner en común los recursos y las redes que tenemos y empezar a pensar modelos organizativos que puedan hacernos más fuertes. Porque organizarse es empezar a vencer y, también, empezar a vivir de otra manera.