Estas son reflexiones de días en los que coincidieron la primera muerte por COVID19 de una mujer encarcelada en el estado de Nueva York y el evento-aniversario, Abolition Feminism: Celebrating 20 years of Incite! donde se recordaba un manifiesto crucial elaborado en colaboración entre INCITE! y Critical Resistance – “Statement on Gender Violence and the Prison Industrial Complex” (2001). Ese manifiesto generó una serie de revoluciones en las formas de cruzar los modos de movernos entre feminismos desde abajo y movimientos anticarcelarios, abriendo múltiples espacios desde donde se ha ido ensayando y experimentando la complejidad de abrir prácticas y laboratorios de formas de justicia engarzadas con un proceso de liberación. Los cruces entre ambos eventos trajeron una serie de preguntas que sintonizan con muchos de los debates que están teniendo lugar en todo el mundo, desde la petición de liberación de la gente presa que han propuesto los grupos abolicionistas (ver aquí La plataforma abolicionista para comunidades saludables ahora y más allá del Covid-19) y la tensión que se postula con respecto a los modos de entender y lidiar con las violencias de género.[1] En este texto recorro solo algunas preguntas que intentan insistir y recordar el horizonte que marca el cruce de ambas luchas, sobretodo en estos días marcados por tantos reforzamientos mediáticos de estereotipos que borran puntos cruciales de tantas luchas feministas recientes.

Desde marzo, varias preguntas saltaron: ¿Qué pasa con el mandato de “distanciamiento social” desde la cárcel y la intensificación de la violencia represiva que viene dándose adentro y afuera de sus muros? ¿Qué pasa con la intensificación de la violencia de género en estas condiciones de mayor precariedad y aislamiento? ¿Es importante pensar juntas estas dos problemáticas?

¿Qué se hace legible desde esos cruces que no se ve desde otras partes?

Darlene “Lulu” Benson-Seay

La primera mujer que murió por COVID19 en una cárcel del estado de Nueva York fue una mujer afroamericana sobreviviente de abuso sexual y violencias múltiples – Darlene “Lulu” Benson-Seay, una de las muchas miembras de Survived and Punished, colectiva feminista y abolicionista que lucha por la liberación de las personas que fueron encarceladas por sobrevivir a la violencia de género. Su muerte nos habla de la condena que está marcando la expansión del COVID19 por las cárceles y de la negativa sistemática por parte del gobernador Cuomo a las múltiples peticiones de liberación –Su muerte nos habla también de ese punto que es usualmente o estratégicamente invisibilizado, en donde la violencia de género, la brutalidad policial y la violencia carcelaria intersectan– desde ahí se hace latente algo que venimos elaborando hace tiempo desde cruces entre feminismos que miran desde abajo y la lucha por la abolición de las cárceles.

Ambos ritmos de lucha tienen como eje un horizonte de justicia social y una atención a las formas en que podamos visualizar otro tipo de relaciones sociales que no se basen en el aislamiento, el castigo y el tratamiento de vidas y comunidades precarizadas, castigadas y desplazadas como algo desechable.

Cuando hablamos de otras formas de relación social que lidie con el daño, con el poder abusivo, estamos refiriéndonos a la búsqueda concreta y efectiva de formas de responsabilización frente al abuso y daño que hagan posible también lidiar con las estructuras y las condiciones en las que se produce la violencia. Es decir, apuntamos a cuestionar algo que constituye cierto sentido automatizado respecto:

¿de qué forma el castigo automatizado en la sociedad carcelaria realmente opera como una responsabilización (¿lo hace? ¿de qué manera? ¿para quiénes?)?  ¿cómo ese tipo de “solución” se plantea o no la necesidad de transformar las condiciones de (re)producción de violencia y abuso a diferentes niveles?

Un malentendido crucial que es necesario recordar es que cuando abrimos el horizonte de una descarceralización social, no estamos hablando de impunidad sino por el contrario, hablamos de la necesidad de encontrar formas colectivas y concretas de responsabilización a diferentes niveles, para lidiar con formas tanto de sanación como de reparación y transformación.[2]

A Darlene “Lulu” Benson-Seay la mató la cárcel de muchas formas – primero, en su condena tras haber sobrevivido múltiples abusos, formas que el Estado continuó al encarcelarla, al negarle la posibilidad de libertad bajo fianza, al negarle la libertad por clemencia del gobernador como parte de múltiples peticiones constantes por todas las mujeres que sobrevivieron al abuso y están presas…  En su vigilia, se leyó una carta que había escrito diciendo que “en su unidad de 75 mujeres no había alcohol en gel, solamente lejía aguada, y que temía que el distanciamiento social era imposible ahí dentro. ‘No puede agarrarme el virus. Me mataría. Por favor, ayúdenme.’”[3] El 28 de abril la mató el COVID19, una condena a muerte para tanta gente presa. Su muerte nos trae un recordatorio de esas zonas y lugares sociales en los cuales las normativas automatizadas desde el estado para lidiar con la violencia de género no tienen sentido. A la vez, mirar de esas zonas es importante porque nos permite entender el complejo sistema de relaciones de violencias que componen al sistema racista, clasista, sexista en que vivimos. Nos recuerda que necesitamos comprender la inter-relación entre múltiples violencias e injusticias para evitar más violencia y para reconfigurarnos la forma de abordar el sentido de la ley y la justicia en el capitalismo racial.

Como dijo Beth Richie tras la muerte de Lulu: “Nuestra sociedad la abandonó mucho antes que el Covid19, mucho antes que su condena empezara (…) Era una persona singularmente maravillosa, pero fue también una vida tan trágicamente típica del modo en que las vidas de las mujeres negras son consideradas como desechables y nuestra humanidad socavada. Ambas cosas hablan del modo en que ella tuvo que ser testigo de una violencia horrorosa cuendo era niña y luego aprender a figurarse cómo sobrevivir en un contexto de racismo estructural y un estado carcelario insoportable.”[4]

Esto es algo que en los días del COVID19 se manifiesta claramente, se hace legible de modo magnificado en estas muertes que no deberían haber ocurrido. Y es también algo que el lenguaje de ‘excepcionalidad’ mediática parece querer invisibilizar más y más a través del usual juego épico que funciona para el sistema: la imagen estereotipo de una mujer genérica aislada, sola y paralizada que es golpeada en la casa –frente a la bestia macho, castigando y matando – y por otro lado, la idea, también genérica, de que “si no fuera por el ‘aislamiento’ los mecanismos de “protección” a la mujer la habrían salvado” a través de soluciones como – otro aislamiento (el refugio), la denuncia policial (llame al 911) de donde muchas mujeres racializadas, pobres, queer, trans, salen o presas o burladas o nuevamente abusadas o detenidas…  O la asociación que se hace desde ciertos lugares sociales de la cárcel con sitio contenedor que “salva” a las mujeres del macho abusador,

borrando la existencia de tantas mujeres sobrevivientes que están presas con condenas enormes por defenderse o denunciar, mientras los abusadores no recibieron ninguna condena.

Nos interesa no borrar esa parte porque creemos que nos habla, justamente, de las múltiples violencias que necesitamos pensar juntas cuando hablamos de otra justicia y del problema de cómo se ve diferente todo desde las diferentes lugares sociales construidos por claserazasexoedad.

La primera mujer que murió por COVID19 en el estado de Michigan se llamaba Susan Farrell y también era una sobreviviente de violencia doméstica que había estado presa por 30 años (desde 1990). Desde marzo, el grupo de “Michigan Women’s Justice & Clemency Project” había estado pidiendo su liberación ya que su salud estaba deteriorada habiendo pasado su vida en la cárcel.  Esto fue sistemáticamente negado hasta que la mató el virus desde la indiferencia del gobernador. Susan murió con fichas médicas que mostraban y testificaban desde múltiples daños en su cuerpo una larga historia de abuso patriarcal hasta morir en el castigo igualmente patriarcal de la indiferencia.

Entonces, si miramos desde más abajo, desde las muchas mujeres que están presas después de sobrevivir a la violencia, es decir, desde los lugares sociales que son generalmente el objetivo permanente de las políticas de criminalización, encarcelamiento y abuso institucional, esos mecanismos que el Estado pone como “triunfo” de feminismos que se aliaron a su funcionamiento,[5] no tienen demasiado sentido, sino que más bien refuerzan los mecanismos de violencia. Y este es un punto importante:

la muerte de Darlene Lulu Benson Seay nos deja esa seña para recordar la múltiple condena de tantas personas (mujeres, trans, cis, queer) que sobrevivieron al abuso para terminar encarceladas o deportadas.

Entonces, estos cruces plantean un lugar que interrumpe ese “sentido” neoliberal que comparten tantas personas de que solamente con “más penalización” frente a la violencia de género o frente a la sensación de “inseguridad” social, se resuelve el problema.

Estos días en que se intenta reforzar ese sentido común neoliberal en la supuesta ‘excepcionalidad’ de la pandemia, nos exigen más que nunca insistir en traer las memorias del pasado que engendraron las luchas en cruce de feminismos negros y de mujeres de color, y las luchas por el abolicionismo de las cárceles como forma de recordar el horizonte sin el cual el tema pasa a convertirse en un debate casi que ‘moral.’ Es desde el horizonte de lucha por otra forma de vida y otros sentidos de la justicia que los cruces en esas luchas adquieren sentido – Y es también lo que las recientes movilizaciones feministas rebeldes, desde abajo, venimos sosteniendo:

necesitamos ahondar en las formas de lidiar con múltiples violencias de formas que no se sostengan en los sistemas y mecanismos que las re-produce permanentemente.

Confinar y aislar

El confinamiento, el aislamiento como mecanismo de control de nuestros cuerpos y sus relaciones es una práctica constante del capitalismo ejerce sobre la vida, sobre las formas de ponernos en zonas, en barrios… Esto es algo que en estos momentos se intensifica porque se aplica al continuum de lo cotidiano de la mayoría de la gente y no solo a quienes habitan las cárceles. En estas semanas, dos formas en las que se explicitaron problemas referidos al confinamiento son por un lado, la imposibilidad de hacer ‘distanciamiento social’ en la cárcel sin utilizar mecanismos de tortura, como lo ha sido históricamente el confinamiento solitario, y por otro, la intensificación de la violencia de género en la casa. Históricamente se trata de dos lugares en los que funcionan otras ‘leyes’ y reglas. En relación a los feminicidios, el espacio doméstico ha sido ese sitio de invisibilización múltiple de trabajo, de violencia, de control – el sitio en el que las pasiones irrefrenables del patriarcado eran justificadas en ley con la figura del crimen pasional donde se autorizaba legalmente muchos modos de matar a la mujer (esposa o hija) cuando su propiedad entraba en crisis. En relación a la violencia que es la cárcel como solución a múltiples problemas generados por el sistema (hambre, pobreza, precarización, desempleo, expropiación, desplazamiento, narcomenudeo, etc. etc.), sabemos también que ahí dentro denunciar, defenderse, implica muchas veces ese tipo de castigo de muerte al que luego llaman “suicidio.” Sabemos también que el abuso sexual, que el abuso en términos de salud, de negación de cuidado, de testeo de fórmulas químicas, de esterilización forzada, de trabajo esclavo (horas de trabajo que muchas veces no se pagan) o semi esclavo (porque se pagan en céntimos), son el modo natural de proceder ahí adentro. Entonces, la pregunta de raíz es:

¿Qué es lo que ‘resuelve’ el castigo de la cárcel? ¿A quién le sirve la cárcel, además de a quienes sacan ganancias millonarias a través de su existencia? ¿Por qué la cárcel es una parte del destino con que nace tanta gente y no otra?

Hay muchos feminismos y no se trata de moralizar sobre el bueno y el malo porque es seguir jugando en el territorio de sentido “liberal” que evade la pregunta por las condiciones de posibilidad de las múltiples injusticias y de las economías políticas que reproducen violencias de la que extraen ganancias. En una sociedad como la de Estados Unidos, marcada por un legado muy denso de la esclavitud y una continuación de esa práctica en el sistema de brutalidad policial y de tasas de encarcelamiento feroces, las líneas que dividen entre feminismos “del sistema” y los feminismos desde abajo son muy claras. Hay mucha gente para la cual la existencia de la cárcel no es un problema así como tampoco lo son las formas de criminalización de pobreza y de no conformidad de género, etc. Hay también muchos feminismos que existen desde

la certeza de que las violencias del sistema reproducen las violencias que nos convocan y desde ahí es que al hablar de una revolución feminista entendemos y articulamos el deseo de una transformación radical de los modos de producción y reproducción de las vidas, de un grito de BASTA! a las múltiples formas de expropiación de nuestras vidas.

Es un reclamo de vida, de tierra, de cuerpo, de salud, de agua, de relacionarnos desde otros sitio que no son aquellos lugares en donde nos ponen. Por eso, este momento es una pandemia dentro de otras, y por eso también, pasado y futuro son cruciales porque es en esa memoria de múltiples saberes y sobrevivencias, que semillamos las visiones de otro mundo, su posibilidad, su horizonte.

Estas historias que hablan desde el lugar de mujeres subalternizadas y castigadas de forma múltiple por un sistema patriarcal que como dice Survived & Punished, no puede lidiar con quienes no califican para la típica “mujer víctima” que se ficcionaliza desde las narrativas del estado. Vinculado con esto es también relevante ver cómo esos estereotipos que los medios de comunicación y las fundaciones para donaciones han usado desde el comienzo de esta última pandemia para referirse a la situación de las mujeres en la casa son hiper problemáticas en relación a la historia de protesta y rebeldía que ha ido caracterizando a los movimientos feministas en los últimos años. Al recurrir a la imagen genérica de “la víctima” en la casa se borraba también el rechazo a esa figura que ha venido desde las rebeliones feministas recientes. Ahí tenemos otro tipo de “suposición” o  “como si” pandémico – el hacer “como si” sin pandemia, la violencia de género no fuera tan igualmente dramática y epidémica, como si las formas en que el sistema lidia con esta violencia “funcionara”…

Las revueltas feministas de los últimos años contra feminicidios hablan de la total precariedad que existe en este sistema para lidiar con esas violencias que se expresan de forma final en el feminicidio. Nos enseñan que las formas de lidiar con la violencia de género que emergieron al compás de diferentes legislaciones como un asunto de penalización de vigilancia y policía (el tema denuncia, refugio como otro modo de confinamiento de la mujer, etc.) no han sido herramientas demasiado útiles para muchas mujere ni han podido resolver esas violencias que más bien vemos multiplicándose. De hecho, hay cada vez más violencia feminicida en vez de lo contrario. Y esto también nos habla de que no se puede resolver un tipo de violencia aislando el problema y “tipificándolo” en un código penal. Miramos eso desde la pregunta: ¿de qué forma esas tipificaciones ahondan en las condiciones de posibilidad de esas violencias? ¿de qué forma hacen algo para que se transformen esa condiciones? ¿se ha logrado transformarla? ¿qué tipo de ‘seguridad’ ha producido? ¿Qué sentido tiene la palabra “seguridad” en el contexto de políticas neoliberales, cuál es el sujeto implícito de ese ideal de seguridad?

Muchas veces, se nos pregunta cómo se puede ser abolicionista de cárceles y feminista diciendo “ah, ¿entonces querés que se libere también a todos los violadores?  Esta es la pregunta clave que paraliza y que hemos visto mucho en los días de pandemia. Creo que paraliza porque se mueve en ese ese reino de la “suposición” que construye el sentido común neoliberal del que hablaba más arriba. Cuando hablamos de un mundo sin cárceles, pensamos en la historia larga y en la reciente. ¿Por qué la cárcel es una de las muchas formas de continuar formas de esclavitud? ¿De qué forma justificamos el hecho de que al aumento de encarcelamiento masivo en el mundo no le haya seguido una “disminución” sino un aumento cada vez mayor de precariedad y de violencias acompasado por un aumento de inversiones económicas de Wall Street en ese sistema de castigo? ¿Cómo nos explicamos desde ahí que lo que se denomina el canal del abuso-a-la-cárcel (abuse-to-prison pipeline)? ¿quién se beneficia de todo esto?

Basta entrar a las cárceles para ver el problema – los colores, las situaciones, el peso en la espalda de los roles de género impuestos.. la violencia que implica el constante desplazamiento forzado, sea por expropiación de tierra, sea por los procesos gentrificadores; la carencia de vivienda, el deterioro del cuerpo, la imposición de la adicción por parte del negocio global de las drogas con las que se multiplicó el negocio de las cárceles, la multiplicación de la prisión de mujeres, la vigilancia y la presencia policial… Es también una situación que nos requiere pensar en la necesidad de dejar de hablar de “beneficios” para referirnos a lo que son nuestros derechos; no tener que exigir que podemos vestirnos como queremos sin que se use como herramienta de culpabilización de abuso, violación o ataque; no tener que justificar la no conformidad de género impuesto, la ruptura del pacto heterosexual que marca la propiedad en la estructura de la familia, la necesidad de aire respirable, de agua bebible, de tierra cultivable, de mares sin petróleo… De re-elaborar nuestra forma de vivir y atravesar las múltiples diferencias como tema no solamente limitativo son creador de posibilidades. Hablar de un des-carcelamiento social significa tener que hablar de vivienda, de salud, de cuidados, de relaciones sociales que no reproduzcan castigo-violencia-abuso en muchas formas cotidianas, de formas de responsabilización frente al daño que no se desentiendan de la pregunta por transformar las condiciones que lo hicieron posible.

Sin ese mapa como horizonte, la cuestión parece únicamente “moral” (lo bueno y lo malo) o “formulaica” (“la” solución) y borra la economía política y cultural en la cual esas violencias existen, funcionan y se multiplican.

De las movilizaciones feministas y anticarcelarias se desprenden una serie de saberes que son de gran utilidad estos días para evitar caer en la trampa de que podemos resolver la violencia de género sin resolver las múltiples violencias que constituyen y reproducen un sistema social, político, cultural, económico en el que muchas vidas son concebidas como desechables  Desde muchos lados del planeta, muchas imaginamos un mundo sin violencia de género como un mundo sin cárceles ni brutalidad policial, un mundo donde la justicia social emerge de la certeza de que todas las vidas cuentan como dignas de ser vividas.

Volviendo a Lulu, de cuya muerte el estado es múltiplemente responsable, necesitamos tocar el latido de esa urgencia de vida que nos hace enfatizar las maneras en las el sistema de derecho funciona multiplicando el castigo y el aislamiento y donde las formas de “responsabilizar” en realidad son inexistentes. Desde esas vidas miramos y desde ahí se enhebran los deseos y las necesidades que marcan el ritmo de nuevas luchas por otro tipo de comprensión de la justicia.

¿Qué vemos como feministas con la pandemia desde las cárceles? Vemos el antes en un ahora magnificado. Vemos con claridad la necesidad de luchar por formas reales y colectivas de libertad. Vemos la necesidad de cuidarnos y de insistir en nuestros sueños concretos de justicial social desde el ahora y el acá de tantas luchas. Vemos que en un contexto de emergencia sanitaria, la única manera de no condenar a muerte a las compañeras que están presas es en la exigencia de su libertad. #FREE THEM ALL

 

[1] La Plataforma expresa el trabajo en coalición de diferentes colectivxs y organizaciones que desde marzo vienen exigiendo la liberación de toda la gente presa  -Critical Resistance, Releasing Aging People in Prison, National Council for Incarcerated and Formerly Incarcerated Women and Girls, Survived and Punished, Black and Pink, Reclaim the Block, Community Justice Exchange, Dignity not Detention Coalition, Black Visions Collective, California Coalition for Women Prisoners, Californians United for a Responsible Budget, Southerners on New Ground, The Red Nation, Chicago Community Bond Fund.

[2] Hay una larga historia de experimentación a niveles comunitarios y también a otros niveles, que sembraron nociones-espacios de justicia transformativa y justicia restaurativa así como también procesos de responsabilización comunitaria a varios niveles. Un proceso múltiple como el de Chicago torture justice memorial ayuda a ver modos concretos de lidiar con daños masivos como el de la brutalidad policial hacia las comunidades racializadas y pobres, y la coexistencia de un proceso que hila lo local y lo internacional en vista a la implementación de una legislación que no solamente reconozca el daño masivo de la tortura sistemática sino que también se construyan modos sostenidos y consensuados de lidiar con la sobrevivencia.

[3] Encontré estas palabras en el texto que escribió Lyra Walsh Fuchs, “Isolation, death, and grief at a New York Women’s prison,” https://theappeal.org/new-york-prison-bedford-hills-coronavirus/ 

[4] Justine van der Leun recoge las palabras en “Death of a survivor.” https://newrepublic.com/article/157589/death-survivor

[5] En el contexto de Estados Unidos, el análisis que propone Kristin Bumiller en In an abusive state. How neoliberalism appropriated the feminist movement against sexual violencia o el de Joshua Price en Structural Violences: Hidden brutality in the lives of women ayudan a ver de forma concreta cómo el estado neoliberal capturó tantas luchas feministas constra la violencia doméstica y cómo estas formas actúan a reforzar las divisiones de clase, de sexo, de raza, de conformidad o no de género, etc.