Por Helena Silvestre
Que vengo de otro lugar y que no sé casi nada de este país es por donde arranco, ¿eh?! Porque no me voy a preservar de crítica alguna bajo el paraguas de especialista en no sé qué cosa, ni de estudiante de salud pública, ni escritora, ni nada. Capaz que estaría bueno presentarme de alguna manera, sin más razón que el hecho de que no me conocen y tampoco tendrían por qué conocerme.
Vengo de Brasil, de la ciudad de São Paulo, más precisamente de las periferias y favelas enormes que hay en esta ciudad de 12 millones de habitantes y de esta región metropolitana que cuenta con casi 22 millones.
Pues vengo de ahí, por primera vez llegué a este continente que han nombrado Europa, de quien he escuchado tanto: aprendí en la escuela que quienes descubrieron Brasil fueron europeos, mejor dicho, portugueses; que llegaron en carabelas comandadas por Pedro Alvares Cabral en 1500, un hombre de coraje y visión que llegó para compartirnos ciencia, desarrollo y progreso. Y que fue por nosotres, ¿eh?! Porque éramos todes salvajes, sin ciencia, ni desarrollo, ni progreso; quizás siquiera merecíamos tanta magnificencia. Pero el tío era cristiano, así que seguramente estaba abastecido de empatía y se atrevió a navegar sin saber dónde llegaría.
Pedro se equivocó un poquito, creyó que había llegado a la India (es un detalle) y nos nombró indios, porque tampoco veía diferencia entre los muchos pueblos que convivimos por este territorio mal llamado Brasil. Me parece que hasta ahora los colonizadores no ven muy bien las diferencias. El otro día leí a uno que llamaba a una señora “Barbie» y al mismo tiempo, “salvaje». ¡Oye! Salvaje soy yo y salvajes son mis hermanas; respeten, ¡¿eh?!
Vengo de Brasil y no es para quedarme; vengo a trabajar, a aprender, a escuchar, a compartir algo que pueda fortalecer a las mujeres de estas tierras, mujeres que tuve la alegría de conocer y que están comprometidas con la defensa de la vida digna para todes, incluso pa nosotres, les salvajes colonizades.
Nací en una favela, donde crecí y donde muy niña comencé a pelear. Pues si faltaba a veces comida en la escuela, es motivo suficiente para la lucha, ¿verdad? O, si no teníamos horizonte alguno de conseguir un buen trabajo, si sabíamos que nos tocaría vivir a base de desgastar el cuerpo físico en tareas que gente con mucha plata elude realizar, eso también es razón suficiente, ¿verdad?
Bueno, fue así que me hice activista y militante, no por pertenecer a un linaje de pensamiento “X”, sino sólo porque quería crecer y tener una vida que no me aplastase a mí ni a mis cuatro hermanas más chicas. Soy también afroindigena y es importante decirlo porque las favelas están llenas de gente que en todas partes fue expulsada de su tierrita para cumplir la tarea de ser carne de cañón para la industrialización, el desarrollo y el progreso. Con mi familia pasa igual: vengo de gente negra que fue secuestrada y trasladada como si no fueran nadie en la panza de navíos oscuros que olían a enfermedad, látigo y muerte. Vengo también de gente originaria, amerindia, indígenas que fueron expulsados de su tierra, de su vida, de sus dioses, creencias y comidas.
Llegué a este continente bastante desconfiada, ¡claro! Es que después de lo poco y mentiroso que me han enseñado en la escuela, aprendí algo en la militancia y supe que acá, justo en este territorio que un dia nombraron España, ya pasó una revolución porque existía gente pobre, sufriendo injusticia y amargándose la vida trabajando para engordar élites parasitarias. Fue cuando comencé a enterarme. Mentían acerca de nosotres; porque no éramos indios, ni subdesarrollados, ni almas perdidas del diablo, ni inferiores, ni nacidos de los monos, ni necesitados de progreso. Eso lo supe porque he escuchado mi abuela. Pero cuando me hablaron de la revolución, me enteré de que también mentían acerca de sí mismos, los colonizadores. Mentían al decirnos que si nos comportábamos correctamente y éramos obedientes llegaríamos a vivir lo lindo que es ser blanco y europeo. Mentían porque nos íbamos muriendo en el trabajo esclavo y nadie nunca vivió suficiente tiempo para alcanzar el premio. Pero descubrí que mentían también porque no era buena para todes la vida en el lugar de donde han salido tantas carabelas colonizadoras.
Es que Europa fue inventada al mismo tiempo que América Latina. Para decirnos a nosotres que éramos inferiores y que podríamos un día llegar a ser “lo bueno”, tuvieron que decidir lo que era ser bueno y me parece que en esta definición nunca existió lugar para las mujeres, para la gente gitana, migrante, árabe, andaluza, trabajadora, kellys, negra, hablante de otras lenguas y creyente de otros dioses. Así que la invención de América Latina fue también la invención de Europa y nos destroza hasta ahora, a nosotres que no hemos nacido con derecho a vivir sin miedo al alquiler del próximo mes. A nosotres que hemos nacido en sitios lindos y nos tuvimos que ir, alquilando la casa de infancia a turistas con mucha pasta, mientras cambiamos a barrios más populares porque ya no podemos sostener la vida de años atrás sin trabajo que nos pague lo que ahora cuesta vivir.
¡Qué cara es la comida, ¿eh?! Me sorprendió que cuesten lo mismo un vestido nuevo y un kilo de tomate. Perdón por la ignorancia: ¿dónde tiran después tanta ropa? ¿En el desierto de algún país subdesarrollado?
Estoy acá hace quince días y comí muy bien, muy sano, muy sabroso. Gracias a la ayuda de mis colegas, trabajadoras del hogar, investigadoras, trabajadoras sexuales, traductoras, maestras y precarizadas autónomas que me ayudan con todo. Es de la mano de ellas que llegué a este continente, para aprender y compartir algo que pueda ser útil a la lucha de las mujeres, que al final es por un mundo mejor no solamente para nosotras sino para nuestros pueblos, varios, diferentes, manteniendo culturas que fueran marginadas en dibujos comunitarios.
Están preocupadas mis amigas porque se vienen las elecciones, porque los ataques a nuestras comunidades son cada vez más duros, ya no saben que sera de sus niñes, ya no alcanzan para el alquiler y la comida, ya se endeudaron para pagar lo más básico y todavía siguen queriendo arrancar más sangre de la gente. La ultraderecha avanza, ataca cada vez más a los pobres, nos divide, nos pone a pelear para sacar banderas del orgullo mientras nos morimos a fuerza de trabajar y trabajar sin mucha perspectiva de nada. Parecería un cuento.
Pero mis amigas también están preocupadas porque no hay muchas alternativas buenas: la candidata progresista, de hecho, tiene la pinta del Progreso y no la cara de las tantas mujeres que he conocido en estos días, las que dan de comer a su pueblo y que siguen a pesar de todo, apesar de agotadas, a pesar de las enfermedades que sufren por muchos años de trabajo. Yo comparto con ellas su preocupación. Primero porque aprendí a quererlas y me duele todo lo malo que le pase a mi gente querida. Y también porque veo como el guión político mundial se repite en todas partes.
Me da pena que la mujer que dice representar los intereses de la mayoría sea tan parecida a la minoría. Los otros candidatos, de derecha o ultraderecha se parecen bastante a lo que dicen. De hecho, son ricos que defienden a sus ricos, así de clarito. Engañan – por supuesto – diciendo mil cosas, utilizando la rabia que sentimos los pobres frente a gente tan rica que dice representarnos y que son tan sinvergüenzas que no asumen que ellos son más ricos todavía y se postulan a lo mismo. Las elecciones son solo un momento de su furor, están en las calles, insultando a la gente queer en las escuelas, fomentando la misoginia por todas partes y más allá de las elecciones, combatir a la ultraderecha requiere cuerpo a cuerpo comunitario.
Quizás por dónde vengo y por no haber vivido nunca lo que es el Estado de bienestar, yo no creo en alguna salida que venga de un arreglo generado desde arriba. Y voy actualizando mi pensamiento, comprendiendo que nos han colonizado hasta el deseo, toda vez que casi siempre luchamos por lo que nos han negado. Quizás lo que nos han negado no sea del todo bueno. Quizas, el desarrollo y el progreso más bien sean máquinas de exterminar pueblos, esclavizar a otros, catequizar a unos cuantos, prohibirles el idioma a muchos, robar de las mujeres trabajo gratuito, engranaje que bien conocemos nosotres, afrodescendientes de la diáspora forzada.
Estoy con mis hermanas de lucha, no porque sean las voceras de eso o aquello, sino porque luchan por cosas que yo conozco: luchan en contra del hambre, del despojo, de la invisibilidad de sus vidas, historias, ancestrales, niñes y cuerpos. Del otro lado del Atlántico estaré, sosteniendo luchas que deseo puedan hermanarse un dia, dejando atras esta cartografía nacionalizante que han inventado los poderosos para ocultar que somos muchas, diferentes entre nosotras y que un día, antes de las fronteras de ahora, tuvimos la capacidad de convivir de manera plural, antes de la colonización – sea la de otros lugares del mundo, sea la de gente paya y pobre.
Pero frente al bipartidismo – una cara más del pensamento occidental binario y heteronormativo – creo que estaría bueno decir que estamos en contra de la derecha y de la ultraderecha, con todas nuestras fuerzas, con nuestros delantales y sabidurías de barriada, con nuestros conocimientos de pueblo. También pareciera importante decir que estamos en contra no porque seamos cualquier cosa semejante a una Barbie, o porque seamos blanquitas de buen apellido, o porque seamos licenciadas iluministas. Quizás sea cada vez más importante decirle a la gente que no estamos encarcelados entre dos caminos únicos.
Creo que alguna de mis compañeras me preguntaría qué otro camino hay, entonces; qué posibilidad de no ser aplastada hay, qué otra cosa que no sea sólo resistir al avance de ultraderecha en el Estado.
Yo no podría responder esa pregunta, no vengo decirle a la gente maravillosa que he conocido estos días cómo tiene que luchar. Lejos de mí tal pretensión. Tengo también cierta desconfianza de toda respuesta que se plantee como universal, que pretenda servir a la gente de cualquier lugar y tiempo.
Tal vez yo pueda situar mi opinión: ya saben algo sobre dónde vengo y de lo que hemos pasado no solamente en los últimos cuatro años sino también en los últimos cuatro siglos. Me parece que la gente tiene rabia – con mucha razón, dado el desastre que precariza las vidas y el futuro – y que esta rabia no la podemos entregar entera en las elecciones bajo el riesgo de llevar al poder personas horribles que difunden odio hacia quienes son diferentes de su norma. Norma que ha dejado hasta ahora a las mujeres y disidencias en categoría de subhumanidad, de subciudadanas; ni hablar de las que son al mismo tiempo pobres, gitanas, migrantes, negras, empobrecidas.
Si la rabia digna no la podemos entregar entera en las elecciones, las elecciones son más bien una tacaña participación popular en cómo se dibuja la arena donde van concretizarse nuestras luchas en los próximos años, eligiendo las condiciones bajo las cuales lucharemos en este territorio un día nombrado España. Porque lo central aquí es la lucha.
Vamos a tener que luchar y tomar las calles, sea quien sea que esté en el sillón presidencial; estamos cansadas, pero no nos queda otra y de donde vengo intentamos aprender algo de eso. Y vamos a la calle porque el mejor gobierno que pudiéramos tener haría de ellas su despacho, sería como una junta colectiva donde las mujeres más empobrecidas de este territorio fueran una presidencia colectiva. Seguramente bajo ese gobierno la comida sería más barata; seguramente el trabajo de limpiar, cocinar y cuidar sería valorado y adecuadamente pagado; seguramente las infancias estarían mejor sostenidas y la gente mayor sería tomada en cuenta en los planes. El agua, la vivienda digna, la tierra sin venenos, una vida sin violencia ni violacion estarían en el horizonte de las decisiones.
Mientras no pasa, seguimos llevando al frente un sub-gobierno, fortaleciendo nuestra red de poder paralelo que insiste en buscar comida – aunque sea en la basura – pa defender el derecho a vivir de cualquier niñe que sea, venga Marruecos o de La Linea, contrariando a todo que apunta diciendo que solo unos poquitos tienen derecho al buen vivir.