No parece novedad que la Amazonía brasileña esté siendo atacada, pero parece, más que nunca, que es importante colocar el corazón vital de Brasil en el centro del análisis para explicar la brutal letalidad de los tiempos en que vivimos. Un Brasil que ni siquiera el propio Brasil es capaz de reconocer.
En las últimas semanas, la Amazonía ha retomado su protagonismo en la escena política mundial debido al proyecto genocida en curso, que reveló un matiz de violencia en el colapso del sistema de salud en la ciudad de Manaos. La actualización de este proyecto, esta vez, operó mediante una asfixia aguda provocada por la falta de oxígeno en hospitales y redes de abastecimiento. Desde septiembre, profesionales de salud y epidemiólogos advierten sobre un acrecentamiento del número de casos de contagio en la región, debido a la laxitud por parte del gobierno para aplicar las medidas básicas preventivas de distanciamiento social, provocada también por el pronto regreso a las actividades comerciales y la flexibilidad en las medidas de restricción y contención del virus.
La región metropolitana de la capital del estado de Amazonas, Manaos, que supera los 2,7 millones de habitantes, es el centro de la región norte del país y puerta de entrada a la selva tropical más grande del mundo y al contacto con la población, formada predominantemente por pueblos originarios, que lo habitan. Esto significa que toda la logística de la región atraviesa inevitablemente la ciudad y que em ella esté centralizado el cuidado para cualquier paciente afectado por enfermedades más graves, accidentes o casos más complejos.
Sumado al descuido político nacional en relación a la relevancia de la región, Manaos se encuentra geográficamente rodeada de agua, una “ciudad insular”, y esto intensifica la dificultad actual de abastecer los insumos mínimamente necesarios para un adecuado tratamiento en los Centros de Cuidados Intensivos (CTI’s), además, dificulta que la producción local de oxígeno industrial sea suficiente para satisfacer la demanda de todo el estado.
Ya al principio de 2020, cuando la pandemia comenzaba a avanzar en Brasil, la ciudad de Manaos y las regiones amazónicas fueron los lugares que primero y con mayor intensidad sintieron el impacto del coronavirus. El sistema de salud de la región tuvo su primer colapso al inicio de abril cuando los productos básicos no llegaron a los hospitales, lo que resultó en la mayor tasa de mortalidad en Unidades de Terapia Intensiva (UTI) de Brasil. Según un estudio publicado recientemente en The Lancet Respiratory Medicine, la tasa de mortalidad en pacientes que requirieron intubación en el norte de Brasil fue de 80%, mientras que en la región sur fue de 15%. Estas tasas apuntan a un recorte explícito de la desigualdad en el país: la mortalidad entre las personas de poblaciones indígenas fue la más alta, así como entre las personas negras, en comparación con las personas blancas.
Esta distinción no es un accidente, no es casualidad. Esta es la programación política del Estado brasileño. Este es un proyecto de exterminio intensificado por el actual gobierno federal, pero debido a una sucesión de experiencias de abandono con el norte de Brasil. La región es tradicionalmente vista por el propio país y, en particular, por sus gestores, como un área permanente de explotación extractiva y devastación ambiental, algo como una región “estratégica” por la materia prima básica, responsable por sostener los “grandes” proyectos de “desarrollo económico” de “Brasil del futuro” – como la catastrófica planta hidroeléctrica de Belo Monte.
Incluso, el día antes del colapso total de la capacidad de atención a pacientes con coronavirus, el ministro de Salud, Eduardo Pazuello, estuvo en Manaos y dijo que la ciudad era una prioridad federal; sin embargo, volvió a hablar de tratamiento temprano de pacientes con covid con el uso de medicamentos como la cloroquina, cuya eficacia fue descartada mundialmente en abril de 2020, pero el gobierno de Bolsonaro insiste en usarla porque compró importantes lotes de la sustancia química en cuestión en 2020.
Ante esto, la sociedad civil, entendiendo que el escenario de la barbarie no era “casualidad” y sabiendo que la solución del problema no vendría de las institucones públicas, sean municipales, estatales o federales, comenzó a organizarse por medio de iniciativas de apoyo colectivo a los hospitales, asistiendo a las personas que se recuperan en casa del covid e intentando establecer puentes de abastecimiento de oxígeno y medicamentos para las comunidades indígenas que se han visto directamente afectadas por la ausencia total de puestos del sistema público de salud.
Las iniciativas buscaban recoger, por medio de donaciones en dinero o especiede productos necesarios para enfrentar el contagio masivo de covid, siempre consultando dichas necesidades con las familias y organizaciones directamente involucradas en enfrentar el problema. Este ejercicio movilización colectiva para se pusieron en marcha a través de redes socioditalles, como Twitter e Instagram y participaron en la campaña influencers digitales y artistas reconocidos.
A partir de esto, las organizaciones indígenas, de manera autónoma, comenzaron a asumir un protagonismo aún mayor en este contexto. Están construyendo iniciativas locales de tratamiento y atención, ya que no hay más camas disponibles en los hospitales, mientras que ante el contagio masivo en sus comunidades, los indígenas necesitan encontrar mecanismos de atención inmediata.
Y es que, las donaciones que se habían recibido de otros estados al interior de Brasil se enviaban exclusivamente al Departamento de Salud de la ciudad de Manaos, dejando a la intemperie a muchos contagiados de covid. Y es por eso que los colectivos organizadores de la campaña de donación ciudadana están desarrollando iniciativas que lleguen directamente a las comunidades que más necesitan asistencia.
El hashtag #NortePeloNorte sirve para que la situación de Manaos (y Amazonas) siga circulando en los medios y las redes sociodigitales para que le mensaje y las prácticas concretas de ayuda para los enfermos por covid lleguen oportunamente.
Entre las personas que están trabajando localmente, Vanda Witoto, lidereza indígena, técnica de enfermería y estudiante de pedagogía, es quien ha recibido directamente donaciones en el Parque das Tribos (un barrio periférico de Manaos, hogar de 700 familias compuestas por 80% de indígenas de 35 etnias.). Ella y otros líderes de la región han creado su propio “hospital de campaña” para atender a los pueblos indios que viven en ese territorio.
Estas historias se tejen en los caminos que habitan los bordes, de puerto a puerto, de comunidad a comunidad, en los que las personas norteñas, ribereñas y amazónicas crean nuevas posibilidades de vida. Es en los encuentros de estas historias y personas que se crean poderosas organizaciones colectivas para luchar por nuestras vidas y por la vida de nuestros familiares.
Como Nodo Brasil, nos parece importante poner en el centro las ofensivas contra la Amazonía y contra los pueblos indígenas. También nos parece fundamental afirmar que el cuerpo de un nuevo ahora y la hipótesis de un futuro están en el territorio creado por esas mujeres que reafirman el poder de crear un mundo en el que se pueda respirar.
El escenario es de horror
Para quienes escribimos, la experiencia de reclamar oxígeno es indescriptible, resulta difícil, incompleto, compartir la impotencia de no poder acceder a una cama de hospital, de que se diga a nuestros familiares contagiados por covid que los hospitales. Para nosotras, dispersas entre el norte y el sur deBrasil, las palabras, nuestras narrativas, quieren ser un soplo de oxígeno para conspirar con quienes hoy se sienten sin aire.
Amazônia asfixiada
Este texto é resultado de uma parceria entre a Revista Cult e a La Laboratoria: espacio transnacional de investigación feminista.
entre Porto Alegre e Manaus
Não parece novidade que a Amazônia brasileira esteja sob ataque, mas parece, mais do que nunca, importante colocarmos o coração vital do Brasil no centro das análises para explicarmos a letalidade brutal dos tempos em que vivemos. Um Brasil que nem mesmo o próprio Brasil é capaz de reconhecer.
Nas últimas semanas, a Amazônia reassumiu destaque no cenário político global em razão do projeto genocida em curso, o qual revelou mais uma de suas nuances de violência no colapso real do sistema de saúde da cidade de Manaus. A atualização desse projeto, dessa vez, operou por meio de um quadro agudo de asfixia provocada pela falta de oxigênio nos hospitais e nas redes de fornecimento, de maneira generalizada. Desde setembro, profissionais da saúde e epidemiologistas alertam para o aumento do número de casos de infecção na região decorrente da baixa rigidez do distanciamento social provocada pelo retorno precoce às atividades comerciais, e da flexibilização, por parte do poder público, das medidas de restrição e contenção do vírus.
A região metropolitana da capital do Estado do Amazonas, Manaus, que supera os 2,7 milhões de habitantes, é o centro da região Norte do país e corresponde estrategicamente como porta de acesso à maior floresta tropical do mundo e à população, predominantemente formada por povos originários, que nela habitam. Isso faz com que toda logística da região atravesse inevitavelmente a cidade, e que lá estejam centralizados os atendimentos a qualquer paciente acometido por doenças mais sérias, por acidentes graves. Ainda, somado ao descaso político nacional em relação à relevância da região, Manaus é geograficamente cercada por água, uma “cidade ilhada”, posição que intensifica a dificuldade atual de abastecimento de insumos minimamente necessários para o tratamento adequado em Centros de Tratamento Intensivo (CTI’s), assim como dificulta que a produção local de oxigênio industrial seja suficiente para atender a demanda de todo o Estado.
Já no início de 2020, quando a pandemia começava a avançar no Brasil, a cidade de Manaus e as regiões amazônicas foram as localidades que primeiro e mais intensamente sentiram o impacto do coronavírus. O sistema de saúde da região teve seu primeiro colapso já no início de abril quando produtos básicos não chegavam aos hospitais, o que resultou na maior taxa de mortalidade em UTI’s do Brasil. Conforme estudo recentemente publicado no The Lancet Respiratory Medicine, a taxa de mortes em pacientes que necessitaram intubação no Norte do Brasil foi de 80%, enquanto na região Sul foi de 15%. Essas taxas apontam para um recorte ainda mais explícito da desigualdade no país: a mortalidade entre pessoas de populações indígenas foi a mais alta, assim como entre pessoas pretas e pardas, em comparação às pessoas brancas.
Essa distinção não é um acidente de percurso, não é por acaso. Trata-se da programação política do Estado brasileiro. Trata-se de um projeto de extermínio intensificado pelo atual governo federal, mas decorrente da sucessão de experiências de descaso com o Norte do Brasil.
A região é tradicionalmente vista pelo próprio país e, em especial, pelos seus gestores, como área permanente de exploração extrativista e de devastação ambiental, algo como região “estratégica” pela matéria prima básica responsável a suportar os “grandes” projetos de “desenvolvimento econômico” do “Brasil do futuro” – como a catastrófica usina Belo Monte.
Inclusive, um dia antes do colapso total, o ministro da Saúde, Eduardo Pazuello, esteve em Manaus e disse que a cidade era prioridade da pasta federal. Entretanto, voltou a falar em tratamento precoce com uso de medicamentos como a cloroquina.
Diante disso, a sociedade civil, compreendendo que o cenário de barbárie não era mero “acaso” e sabendo que a solução para a gravidade do problema não viria do poder público – seja municipal, estadual ou federal – passou a se organizar por meio de iniciativas coletivas de apoio a hospitais, a pessoas que estão se tratando em casa e, especialmente, a comunidades indígenas que vêm sendo diretamente atingidas pela total ausência de vagas no sistema de saúde pública.
As iniciativas se dão pelo levantamento de valores, através de doações e de arrecadação de produtos necessários, os quais são indicados pelos locais de atendimento, pelas famílias e por organizações diretamente envolvidas no enfrentamento do problema. Esses grupos de mobilização por doações e financiamentos coletivos começaram a agir em redes sociais como Twitter e Instagram. Vários deles representados por influenciadores digitais, artistas e afins, ao iniciarem campanhas de repercussão nacional. A partir disso, organizações indígenas, de forma autônoma, passaram a assumir um protagonismo ainda maior nesse contexto. Elas estão construindo iniciativas locais de tratamento e assistência, visto que, como não há mais leitos disponíveis nos hospitais, precisam encontrar mecanismos de cuidado imediato.
As doações recebidas de outros Estados eram encaminhadas exclusivamente à Secretaria de Saúde do município, fazendo com que muita gente continuasse desassistida. Por essa razão, as pessoas que organizavam as doações estão agora desenvolvendo iniciativas diretas nas localidades que mais necessitam de auxílio por meio da hashtag do #nortepelonorte.
Entre aqueles e aquelas que atuam localmente, Vanda Witoto, líder indígena, técnica de enfermagem e estudante de pedagogia, é quem tem recebido diretamente as doações para o Parque das Tribos. Ela e outras lideranças da região planejam criar o seu próprio “hospital de campanha” para atender os indígenas que moram no parque. O Parque das Tribos é considerado o primeiro bairro indígena de Manaus, onde vivem 700 famílias compostas por 80% de pessoas indígenas de 35 etnias.
Essas histórias se tecem nas beiradas – de porto a porto, de comunidade a comunidade – em que pessoas nortistas, ribeirinhas, amazônidas criam novas possibilidades de viver. São nos encontros dessas histórias e gentes que são criadas potentes organizações coletivas de luta por nossas vidas e pela vida de nossos parentes.
E se nos parece importante, ao viver o Brasil de hoje, colocarmos no centro as ofensivas contra a Amazônia e os povos indígenas, parece também aqui imprescindível afirmar que o corpo de um novo agora e da hipótese de um futuro está no território que dá forma a essas mulheres que reafirmam a potência de criação de um mundo passível de respiração.
O cenário é de horror. Entre nós que aqui escrevemos, a experiência de reivindicar por oxigênio é inenarrável. Entre nós que aqui escrevemos, a vivência do desamparo de um leito não disponível é material. Entre nós que aqui escrevemos, entre o Norte e o Sul do país, as palavras são como tomada de fôlego de quem hoje se sente sem ar.